Creemos conocer la oscuridad, la paz y el silencio, hasta que un día desciendes al vientre de la Tierra.
En los primeros segundos, dentro de este inframundo, los sentidos de percepción se agudizan a manera de sobrevivencia. Te das cuenta de que ahí, tu cuerpo desaparece, no puedes ver ni tu mano colocada frente a tu cara. El único sonido que percibes es el goteo del agua que, durante miles de años, ha caído lentamente para formar los espeleotemas, así como el aleteo de los murciélagos colgados al techo de la cueva semi inundada. Como tienen muy mala fama, la alerta en tu cerebro se prende, pero la ignoras.
Un maestro antropólogo decía que en el planeta Tierra existen lugares que por su belleza, misterio, formación o antigüedad, son una especie de santuarios sagrados. Y que al llegar a ellos, las personas que están despiertas los reconocen, los perciben, vibran su energía y, con respeto, guardan silencio para agradecer la magia y el misterio. Mientras que otras personas al llegar a ese lugar sagrado sólo toman fotos y se van indiferentes a la belleza.
Recordé estas palabras de mi maestro al descender, junto con tres amigas, equipadas con chalecos, casco, zapatos de neopreno y una linterna, a las profundidades de la Tierra para encontrar un río subterráneo vivo, dentro del hotel Hacienda Wakax, cerca de Tulum, inmerso en plena selva, el cual agradeces haber conocido. El río, formado por kilómetros de pasadizos, túneles, cenotes y cuevas semi inundadas con agua cristalina, es un secreto guardado durante dos millones de años y del cual, hace unos cuantos, un lugareño descubrió una parte al perseguir a una iguana que se refugió en un agujero.
Al estar dentro de esa maravilla y escuchar las explicaciones de Gonzo, nuestro guía, al hablar con tal pasión, no puedes más que reverenciar la magnanimidad y belleza de la naturaleza. Impresiona ver aquí abajo las raíces delgaditas de los árboles del exterior que se filtran y se unen a través de huecos entre la piedra caliza para absorber el agua. “Este río es sólo una pequeña parte del gran sistema de ríos subterráneos más grande del mundo, que le da vida a la selva en la superficie. Si el nivel del río baja, las raíces se alargan hasta tocar el agua, pero si el nivel sube, las raíces se encojen para no quedar sumergidas y pudrirse”. Me pareció maravillosa la inteligencia de la vida.
Con su linterna apuntaba a las paredes para señalar caracoles y conchas petrificadas por el tiempo, los murciélagos colgados del techo, las gigantes estalactitas y estalagmitas, formadas gota a gota. “Apaguen sus linternas durante unos minutos”, nos digo Gonzo, al llegar a la cueva de mayor altura. Ahí, te das cuenta del verdadero significado de las palabras: oscuridad y paz.
“Los murciélagos son vitales para la sobrevivencia humana, ya que son los principales polinizadores del planeta; y estos, sólo comen frutos”, nos dijo Gonzo para tranquilizar nuestra mente. Al escucharlo, exhalamos y nos entregamos a la experiencia.
Dentro de los minutos en esa absoluta oscuridad, la mente se acalla por completo y el concepto de tiempo desaparece. Tu existencia como cuerpo físico, se aleja a un segundo o tercer plano. En tu interior, ese ser invisible que somos, se expande y se funde con la oscuridad total para percibir la nada absoluta. Así ha de ser la eternidad, pensé.
En ese santuario sagrado, recordé con preocupación el Tren Maya. Deseo que quienes lo construyen, sean conscientes de preservar este tesoro nacional de la Península Yucateca.
Cuidar el vientre de la Tierra es tarea de todos.