¿Qué nos ocurre al llegar a un lugar por primera vez, cuando probamos un sabor nuevo, cuando experimentamos algo hasta entonces desconocido y nos impacta? Nos impresionamos pero, la emoción de la novedad es efímera y nos sucede lo que al cazador hambriento al encontrarse una manzana en el camino: con la primera con la que tropezó dio brincos de felicidad; con la segunda, se alegró mucho; con la tercera sonrió; la cuarta la recogió y la echó a la bolsa de manera indiferente; la quinta y así hasta la décima las ignoró y las dejó en el suelo. Esto es algo que podríamos llamar el “ Síndrome de la Manzana Diez ”.

Más rápido que tarde nos acostumbramos a todo y caemos en un estado de adormilamiento . Nos desensibilizamos de tal forma del entorno que asumimos que ese entumecimiento es la manera correcta de percibir el mundo y la verdad sobre las cosas. Sólo “despertamos” en ciertas circunstancias o condiciones y con experiencias que nos transportan a estados elevados de conciencia , como en la naturaleza, con la música, el amor, la meditación o los lugares sagrados; incluso el dolor nos sacude así.

Diversas corrientes filosóficas o místicas, así como culturas antiguas, afirman que lo que experimentamos como la realidad “normal” es un estado muy limitado y que nuestra conciencia permanece “dormida” la mayor parte de nuestra existencia. De esta manera nos perdemos de apreciar y sentir una vida más plena, más rica y con mayor sentido.

Steve Taylor, el profesor de espiritualidad y ciencia de la Leeds Beckett University en Inglaterra, encuentra dos motivos o características de dicho estado:

1. Nos sentimos separados de lo demás sin ser un todo. Nosotros estamos “aquí” y el mundo “allá”. Es decir; el yo que vive dentro de la mente está totalmente apartado del mundo exterior. Esta sensación tan fuerte crea una sensación de aislamiento y carencia terribles, que nos hacen percibirnos como incompletos e insignificantes. Lo cual se convierte en la raíz y la razón de nuestra búsqueda de obtener valía personal mediante la acumulación obsesiva de objetos, riqueza, poder y estatus. De la misma manera nos sentimos separados de nuestro cuerpo. En lugar de “esto somos”, podemos sentirlo como algo que habitamos, como un vehículo que nos transporta. A lo largo de la historia esta separación ha causado un disgusto hacia él, por ejemplo, nos hemos reprimido sexualmente .

2. La segunda característica de nuestro estado de adormilamiento se debe a haber cubierto con un velo de familiaridad las experiencias diarias, al grado que no les ponemos atención. Nos hemos desensibilizado a lo que el mundo y la vida nos ofrecen. Vemos el entorno y nuestra presencia en él de forma maquinal, vivimos de manera automática y ponemos muy poca atención a las maravillas de lo cotidiano. “El mundo que vemos es sólo mitad real”, afirma Taylor en su libro Spiritual Science .

Sin embargo, no siempre fue así. Nuestros antepasados de diversas culturas indígenas no sentían dicha separación. Se sentían estrechamente enlazados con el medioambiente y los fenómenos naturales , que percibían como intensamente vivos, incluso, como expresiones de una fuerza espiritual como lo eran ellos también.

Al igual, los niños tienen una percepción del mundo muy diferente a la de los adultos. Ellos no se sienten separados de su ambiente y todavía no se aletargan; todo les asombra y provoca cuestionamientos. Ven con admiración los detalles y cosas que los adultos ni volteamos a ver. Sin embargo, creemos que nuestra percepción del mundo es más valida que la de ellos. Si sólo nos diéramos cuenta del grado en el que damos el día a día por un hecho y que hemos desechado y restado valor al fundamento de todo privilegio: estar vivos, trataríamos de levantar cada manzana con sin igual emoción.

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