Después de los desafíos que hemos tenido que enfrentar en este 2020, los reportes sobre la alta efectividad de varias vacunas contra Covid-19 son excelentes noticias. Pero más allá de eso, es oportuno que empecemos a pensar en el mundo pos-Covid-19. La pandemia tumbó con facilidad a la normalidad a la que nos habíamos habituado por tanto tiempo; sus bases eran endebles y frágiles. Las vulnerabilidades y desigualdades quedaron expuestas con una claridad inédita, y, lo que es más preocupante, varias de ellas han empeorado.
Un primer elemento para considerar es la informalidad laboral. Cuando la pandemia recién comenzaba, muchas personas se vieron obligadas a decidir entre confinarse y perder su sustento económico, o arriesgarse al contagio y salir a trabajar, disyuntiva que no tendría ningún lugar con mecanismos de protección social efectivos. Estimaciones de la Organización Internacional del Trabajo —publicadas en 2018, cabe resaltar— nos indican que más de la mitad del empleo mundial es informal; una forma de empleo que orilla a millones de personas a la precariedad y a la inestabilidad laboral, sin seguridad social alguna.
A propósito del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, hay que señalar que la violencia contra las mujeres no muestra ninguna señal de detenerse, aun con una pandemia de por medio. Según reportes de ONU Mujeres, el confinamiento ha llevado al aumento de abusos domésticos contra las mujeres. Desde marzo, en México todavía hemos leído una y otra vez notas periodísticas sobre feminicidios. A esto hay que sumar la informalidad laboral que ya se mencionaba anteriormente, un problema que también afecta mucho más a las trabajadoras.
Otros grupos tienen que vivir con las consecuencias del abandono y descuido sistemático de varios años. Las necesidades de las personas mayores no han sido atendidas del todo, y es preocupante que reciban un trato como si fueran prescindibles, algo contrario a toda noción de dignidad humana. A pesar de que el riesgo de mortalidad por Covid-19 es más alto para ellas, las personas mayores sufren por la negligencia e incluso la Organización de las Naciones Unidas reporta que también ha aumentado la violencia y el abuso en su contra. Por otro lado, los pueblos y las comunidades indígenas también son susceptibles a mayores riesgos ante el Covid-19 por la falta de infraestructura y de personal médico. En algunas localidades la carencia de servicios básicos es severa: la UNESCO indica que el 21% de quienes hablan alguna lengua indígena no tienen siquiera acceso al agua, complicando la implementación de las medidas higiénicas más elementales para prevenir el contagio.
Si bien la pandemia podría ser cosa del pasado cuando las vacunas sean distribuidas, estas deficiencias estructurales van a seguir ahí —más graves y dolorosas— y su naturaleza implica que van a permanecer aún mucho tiempo después de que la pandemia haya sido controlada. Los esfuerzos de la comunidad científica para desarrollar vacunas en un periodo tan corto (en comparación con lo ha ocurrido con otras enfermedades) son sumamente encomiables, si consideramos que tan solo hace meses era común la advertencia de que una vacuna podría tardar años en lograrse. Es momento de que correspondamos esos esfuerzos con acciones en política pública que nos ayuden a reconstruir sociedades desde la inclusión; sociedades que dejen atrás las desigualdades estructurales y que pongan el bienestar al alcance de todas las personas.
Diputada federal