La elección presidencial de 2018 fue definida por más de 56 millones de mexicanos que acudieron a las urnas. La coalición Juntos Haremos Historia, que postuló a Andrés Manuel López Obrador, ganó con más de 30 millones votos, y cuatro años más tarde, en el proceso de consulta de revocación de mandato, el presidente obtuvo 15 millones de votos. Para entender la magnitud de esta participación, en el 2018 Ricardo Anaya sólo alcanzó 12.3 millones de votos.
El 2 de junio de 2024 se llevarán a cabo las próximas elecciones federales en México, en donde podremos elegir al próximo presidente, así como a los 128 senadores y 500 diputados que integrarán la siguiente legislatura del Congreso de la Unión. Además del proceso electoral federal también se elegirán 9 gubernaturas —Ciudad de México, Chiapas, Guanajuato, Jalisco, Morelos, Puebla, Tabasco, Veracruz y Yucatán— y 30 congresos locales.
El camino hacia la elección de 2024 parece incierto. Mientras el Congreso aún debate polémicas reformas electorales, las reglas del juego permanecerán en el terreno de la incertidumbre. Mientras las pugnas partidistas exhiben el desgaste interno, las forzadas coaliciones pierden credibilidad tras sus públicas traiciones. Mientras México presume su solidez democrática, el árbitro que garantizó certidumbre en el 2018 ahora sufre cambios estructurales, legales y en su integración a pocos meses de iniciar el proceso electoral.
Confieso que quisiera ver un horizonte político más positivo para México. Estoy convencida de que los retos para el próximo gobierno son inmensos: si no crecemos más será imposible continuar la ruta hacia el bienestar; si no modificamos la política de seguridad (aunque veo con optimismo las últimas detenciones y extradiciones) se expandirá aún más la impunidad que se ha metido hasta los hogares, asesinando mujeres y niñas; si no implementamos una verdadera política exterior seguiremos limitando nuestros alcances políticos, culturales y comerciales en el mundo; y si no erradicamos la corrupción seguiremos sufriendo sus graves consecuencias.
Hace unos días se anunció la creación de la organización “Mexicolectivo” o “Colectivo por México”, y aunque debiéramos dar la bienvenida a todas las expresiones de participación ciudadana, no puedo más que lamentar que los mexicanos sigamos viendo las mismas caras en la política independientemente de qué década estemos observando. Si queremos mejorar la calidad de nuestra democracia necesitamos mejores reglas —no retrocesos—, mejores instituciones y mejores actores. El adecuado diseño del INE no basta, necesitamos nuevos corazones que sí quieran transformar nuestro país en lugar de utilizar los cargos para su beneficio.
Muchos olvidan que AMLO recorrió cada municipio del país antes de ganar la presidencia. Del lado de Morena algunos creen que la silla presidencial se heredará —sin mayor trámite— a quien defina el Presidente, otros se han encumbrado en la frivolidad o esperan turno para negociar nuevos cargos. La oposición, por su lado, dejó de tocar puertas, olvidó a la gente y a sus gobiernos locales, centralizó las decisiones y pactó con sus mismos traidores con tal de conservar el monopolio en la selección de candidaturas. Unos y otros mantienen a AMLO como referente, los primeros le ofrecen su respaldo y los segundos su —desatinada— crítica; ambos olvidan cómo llegó AMLO —y su muy amplia coalición— al poder.
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