The Economist Intelligence Unit publicó el Índice de Democracia 2022 que mide el desarrollo democrático en 165 países y 2 territorios. Este Índice se elabora a partir de diferentes variables sobre: procesos electorales y pluralismo, funcionamiento del gobierno, participación política, cultura política y libertades civiles. De acuerdo con estos resultados, el Índice clasifica a los regímenes desde democracia plena hasta régimen autoritario.
El Índice de Democracia concluye que América Latina y el Caribe muestra retos importantes para su desarrollo democrático. Nuestra región ha presentado retrocesos en los últimos 7 años que pueden explicarse por las restricciones a las libertades individuales implementadas durante la pandemia, la fuerte presencia de los cárteles de la droga que disputan el control de territorios y corrompen instituciones, las crisis políticas en Haití y Perú, así como las graves violaciones a los derechos humanos en Nicaragua, Cuba y Venezuela.
Lo cierto es que el mayor retroceso se dio en las variables relacionadas con la cultura política, cuya medición se compone de preguntas sobre el liderazgo político, la fortaleza institucional, la cohesión social, la percepción sobre el papel de los militares y los tecnócratas, la eficacia de la democracia para mantener el orden público y el desarrollo económico, la separación entre las iglesias y el estado, y el apoyo social por la democracia.
Ante los serios retos que enfrenta nuestra región, millones de personas están perdiendo la confianza en los regímenes democráticos y liberales. Un claro ejemplo es la alta aprobación del presidente Bukele, en El Salvador, que implementó un estado de excepción bajo la justificación de la grave inseguridad, y a quien ahora le siguen Ecuador y Honduras implementando las mismas decisiones. Ahí estamos también los mexicanos que aprobamos la participación de las fuerzas armadas en tareas que competen a civiles, como la construcción de infraestructura o la administración de empresas estatales.
Además de instituciones sólidas y reglas claras, la democracia necesita demócratas y los demócratas necesitan resultados. Mientras 201 millones de personas sufren pobreza —82 millones de ellos en pobreza extrema— y 50% de la población vive en la informalidad en nuestra región, la cabeza y los corazones de las mayorías permanecen ocupados en sus necesidades más apremiantes, no en las elecciones o en el desarrollo institucional de su país.
México no escapa de esta realidad regional: la corrupción, la inseguridad, la impunidad y el mediocre desempeño económico erosionan la confianza en la democracia. Mientras el gobierno entiende que las prioridades de la gente no están en cuidar al INE, la oposición parece lejana a los electores porque la única causa que les ha unido es precisamente la defensa de esta institución.
Quienes crecimos luchando por la democracia tuvimos que arrancar las reglas, instituciones y la organización de las elecciones de las manos del régimen autoritario priísta que se aferraba al poder, por eso las valoramos y por lo mismo preocupa cualquier cambio impuesto a sólo unos meses del siguiente proceso electoral.
La democracia mexicana requiere contenido, le urge propuesta, necesita urgentemente de personas y partidos que defiendan las causas ciudadanas —y no las mezquindades personales—, pero sobre todo, demanda políticos que escuchen y solucionen en democracia los problemas de la gente.
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