La pandemia del covid-19 pudo prevenirse, pero hasta ahora ha cobrado la vida de casi 5 millones de personas según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Podríamos haber contado con información mucho más oportuna o compartir datos más certeros que permitieran tomar mejores decisiones, los países tuvieron la oportunidad de cooperar y colaborar en soluciones conjuntas pero apostaron por cerrar fronteras, y algunos políticos prefirieron desafiar a la ciencia o convertir la pandemia en una campaña electoral.

Esta pandemia ha afectado no sólo la salud sino también la economía, nuestros hábitos personales e incluso la forma en la que se organizan nuestras comunidades. Sin embargo, ¿qué tanto ha aprendido la humanidad sobre las lecciones de estos dos años? ¿Tenemos mejores capacidades para responder frente a nuevos retos de esta o mayor magnitud? ¿Contamos con una respuesta global que permita una recuperación post covid-19?

El multilateralismo ha brindado algunas respuestas como la posibilidad de llevar vacunas a los países más pobres, tal vez muy lentamente, pero se está avanzando. Los debates actuales hablan de reformas a la OMS para fortalecerla y darle mayores capacidades institucionales y financieras. Sin embargo, seguimos sin contar con planes globales que nos demuestren que no cometeremos los mismos errores y que la comunidad internacional es capaz de organizarse y prevenir una nueva tragedia.

Uno de los esfuerzos más interesantes es el debate que impulsa el Panel para una Convención Global de Salud Pública. Su objetivo es lograr un tratado internacional que, por un lado, pueda manejar nuevos brotes y prevenir efectivamente una pandemia y, por otro lado, permita un mejor manejo de la pandemia en caso de que fallen las estrategias de prevención. Es decir, la intención es que una o varias agencias globales tengan la autoridad para prevenir, preparar y responder frente a una emergencia sanitaria, y al mismo tiempo también cuenten con los mecanismos de rendición de cuentas que permitan su efectividad y cumplimiento.

Actualmente existe el Reglamento Sanitario Internacional, que es un instrumento jurídico internacional de carácter vinculante para 194 países, entre ellos todos los Estados Miembros de la OMS, pero esta regulación fue claramente insuficiente frente a la pandemia.

Si bien la necesidad de un nuevo tratado - que incentive la transparencia y la cooperación, permita mejores esquemas de prevención e intercambio de información, y fortalezca a las autoridades globales para agilizar la capacidad de respuesta, entre otras lecciones - pudieran parecer obvias, la realidad política global y las distintas expresiones nacionales hacen que este esfuerzo tenga muchos más retos que los estrictamente técnicos.

Las amenazas frente a un tratado de esta naturaleza no son menores; la pandemia evidenció las dificultades para coordinar respuestas regionales y globales, las tentaciones nacionalistas se escuchan con mayor frecuencia, los debates entre soberanía nacional y gobernanza global empiezan a tensarse en algunas latitudes, y las demandas locales hacen que la atención de los políticos se centre más en la agenda doméstica que en la internacional. Bajo la premisa de la soberanía nacional, muchos olvidaron la cooperación y solidaridad internacional.

La pandemia no respetó fronteras. Sólo un acuerdo global puede abrir la puerta a soluciones comunes. Ojalá aprendamos la lección y no condenemos al mundo a repetirla.

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