En medio de discursos muy polarizados, cada bando exclama victoria tras las elecciones del domingo; todos explican las razones de lo que quieren comunicar como un éxito personal o institucional. Pero en realidad los resultados de la contienda electoral más grande en la historia de nuestra democracia —en donde votamos por más de 20 mil cargos— nos dejan con un panorama muy plural para el devenir político de México de los próximos años.
Empecemos por el Congreso de la Unión. Aquí solamente se renovó la composición de la Cámara de Diputados. Con los conteos rápidos elaborados por el Comité Técnico Asesor del INE, sabemos que en cuanto a diputaciones la coalición Morena-PT-PVEM tendría un total de entre 265 y 292 curules, o una mayoría absoluta que es suficiente para la aprobación de iniciativas de ley, incluyendo al instrumento de política pública más importante: el Presupuesto de Egresos de la Federación.
No obstante, no contaría con la mayoría calificada (dos terceras partes de la Cámara) para aprobar, por ejemplo, reformas constitucionales. Esta composición legislativa no es ningún tema nuevo para México. En los sistemas presidenciales sin segunda vuelta, no hay nada más natural que no contar con amplias mayorías. En este contexto, hay que recordar que la democracia se trata de negociar, de contraponer diferentes puntos de vista, y de construir los consensos, especialmente en los legislativos.
A nivel estatal, los resultados preliminares de cada uno de los Organismos Públicos Locales Electorales indican que Morena y sus aliados ganarían 11 de las 15 gubernaturas. Si bien los partidos de oposición obtuvieron mayorías legislativas en algunos estados donde no se eligieron gubernaturas (como en Jalisco, Durango, Guanajuato, o Yucatán), con los triunfos en estas elecciones, alrededor de 56 millones de mexicanas y mexicanos —o cerca de un 45% de la población nacional— vivirían en una entidad con un gobierno local encabezado por Morena. A esto hay que agregar que, salvo en Michoacán y Zacatecas, Morena también se perfila —sea por sí solo o en coalición con otros partidos— para obtener la mayoría en las legislaturas de los estados en donde también ganó las gubernaturas.
Por último, está la gran sorpresa en la Ciudad de México. A pesar de la evaluación positiva de la Jefa de Gobierno a lo largo de su gestión y que creció incluso en plena pandemia, la oposición resultó elegida en 9 de las 16 alcaldías de la ciudad. Esto va más allá de los mensajes que pudo articular la oposición en la capital: hay insatisfacción en cuanto al manejo de los aspectos sanitarios y económicos de la pandemia, aunados a la tragedia de la Línea 12 que aún sigue sin respuesta. La polarización en la Ciudad de México es una realidad, y también hay que decirlo en todas sus letras: donde Morena se dividió, perdieron sus candidatos.
Si bien todas las fuerzas políticas tuvieron alguna victoria, también queda claro que Morena se ha consolidado como una fuerza política en todos los niveles de gobierno. Gana más cuando sabe sumar e integrar coaliciones amplias. Cuando los políticos se olvidan de su principal tarea —hacer política— es cuando llegan las derrotas. La lección de la contienda de este año: es tiempo de sumar y de incluir, y de que México, unido, haga una nueva historia.