El 11 de septiembre de 2001, 19 miembros de la organización terrorista Al Qaeda secuestraron cuatro aviones comerciales en Estados Unidos. 2,996 personas de 78 nacionalidades fallecieron en los ataques en Nueva York, Washington D.C., y Pennsylvania de acuerdo con las cifras oficiales.
El ataque contra las Torres Gemelas se convirtió en un hito que marcaría el inicio del siglo XXI. Estos ataques terroristas —de estricta planeación y coordinación, bajo costo, evidente carga política y religiosa, y de alto impacto y visibilidad— cambiaron la relación entre occidente y el mundo árabe, colocaron al planeta en constantes alertas de seguridad, elevaron los precios del petróleo de 40 a 100 dólares por barril, y tuvieron como consecuencia la invasión de Estados Unidos a Afganistán bajo la justificación de la lucha contra el terrorismo.
7,301 personas fueron asesinadas en ataques terroristas en el 2001 (National Consortium for the Study of Terrorism and Responses to Terrorism, START). Para 2021 parecería que el mundo no había cambiado tanto: 7,142 personas fallecieron en 5,226 ataques terroristas (Índice Global de Terrorismo, 2022), el precio del petróleo se encuentra en 81 dólares debido a otro conflicto armado, y EU finalmente abandonó Afganistán bajo una pésima estrategia que dejó al país en las radicales manos del Talibán.
Los ataques terroristas se siguen presentando de manera predominante en los países que atraviesan conflictos violentos e inestabilidad política: en 2021 los 10 países más impactados por el terrorismo se encontraron envueltos en conflictos armados. Si bien Afganistán encabeza el listado, la situación política y de seguridad empeora constantemente en el Sahel.
Los retos que demanda la lucha contra el terrorismo son enormes. Por un lado, es indispensable construir un mundo más incluyente; el gasto en seguridad e inteligencia no ha sido suficiente para combatir estos grupos porque las causas estructurales del terrorismo continúan siendo las mismas: gobiernos débiles, desigualdad económica, hambre y malnutrición, acceso limitado a salud y educación. Del otro lado, los terroristas han desarrollado amenazas más sofisticadas y utilizan las nuevas tecnologías que son más accesibles, baratas, fáciles de usar y transportar; ejemplo de ello es el uso de la dark web, los teléfonos inteligentes y los drones, y posiblemente en un futuro podrían usar las impresiones 3D, la inteligencia artificial, los vehículos autónomos e incluso el metaverso.
La Oficina de Lucha contra el Terrorismo de la ONU tiene por objetivo articular los esfuerzos globales en esta materia donde la cooperación internacional, el intercambio de información y el desarrollo conjunto de políticas son indispensables para construir fronteras más seguras, homologar estándares de ciberseguridad, impedir los viajes de terroristas, fortalecer los mecanismos de inteligencia financiera, entre otras.
Además de las tareas de cooperación internacional es urgente que los gobiernos cumplan con sus responsabilidades nacionales como son la implementación de sistemas de protección social que acaben con las causas estructurales de la desigualdad, el fortalecimiento de las instituciones de seguridad y procuración de justicia siempre en apego a los derechos humanos, la regulación del desarrollo y uso de las nuevas tecnologías, la protección a las víctimas y sus familiares, entre otras políticas que, en síntesis, construyan verdaderos estados de bienestar y de derecho.
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