Hace 25 años se celebró la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer en Beijing. Este fue un momento histórico para los derechos de las mujeres en todo el mundo. Las personas que acudieron a la Conferencia lograron llevar la causa de las mujeres a un alto nivel en el escenario internacional. Después de la Conferencia, se promulgaron leyes contra la violencia de género y más mujeres pudieron desempeñar cargos públicos. Por ello, es oportuno que la Asamblea General de las Naciones Unidas haya convocado a una reunión de alto nivel en el marco de su 75° período de sesiones.
Pero también es necesario evaluar y preguntarnos: ¿qué tan lejos hemos llegado, y qué nos falta por hacer? En términos de representación política, hace 25 años las mujeres ocupábamos apenas el 11% de los asientos parlamentarios. Hoy, esa cifra ha ascendido a tan solo uno de cada cuatro. Hay progreso, pero no es suficiente, porque esa cifra no es representativa, no es incluyente y no es democrática.
Aún más: a nivel global, 137 mujeres son asesinadas por miembros de su familia o por su pareja cada día. Esta cifra corresponde a una realidad existente desde antes de la pandemia, una realidad que solo ha empeorado ya que ahora se han exacerbado las desigualdades que afectan específicamente a las mujeres: nuestra seguridad no está garantizada y nuestras voces no son escuchadas. A la luz de estas condiciones, es difícil asegurar que las mujeres podamos llevar una vida libre y plena, una situación profundamente ajena a toda noción de justicia y a la democracia.
Es imperativo pensar y avanzar hacia cambios profundos que creen espacios libres de agresiones y de discriminaciones. Aunque deban reconocerse los avances, también hay que aceptar que conmemorar también es exigir; también es actuar para que tengamos un mundo más equitativo; también es luchar contra las estructuras patriarcales que por mucho tiempo han permitido la continua exclusión sistemática de las mujeres.
Como lo he mencionado en el video que envié como Presidenta de la Unión Interparlamentaria para la reunión de alto nivel sobre los 25 Años de la Conferencia de Beijing de esta semana, necesitamos construir liderazgos fuertes y una estrategia común. Hay que abrir espacios para las mujeres, no solamente en la esfera pública, también en la vida privada. Debemos poner fin a la cualquier legislación que aún hoy perpetra la discriminación contra 2.5 mil millones de mujeres en el mundo. Es inadmisible que en pleno siglo XXI aún se restringen derechos de propiedad a las mujeres, o que existan leyes que obligan a ir a trabajar maquilladas, en tacones y prohíben el uso de lentes, entre muchas otras legislaciones que perpetúan la desigualdad.
Pensemos en la igualdad de género no desde una perspectiva de vulnerabilidad, sino desde la resiliencia y la fuerza de voluntad que demuestran las mujeres y las niñas que todos los días tienen que enfrentarse a condiciones adversas. Es el mismo espíritu que hizo posible ese valioso legado que nos dejó la Conferencia de Beijing. Honremos ese legado de quienes nos abrieron camino: entreguemos un mejor futuro a las generaciones de niñas y jóvenes, y aseguremos que puedan llevar vidas libres de toda discriminación y violencia. Ese es su derecho, y también es nuestro deber.
Diputada federal