La Covid-19 ha recordado que el método para enfrentar pandemias es el aislamiento para reducir contagios y evitar saturación de los hospitales. El aislamiento se traduce en un receso de las actividades de producción, distribución y consumo, aunque se deben mantener la distribución y el consumo de los bienes y servicios esenciales. Para tener un aislamiento ordenado, en el que todas las personas puedan sobrevivir, se requiere contar con reservas materiales y monetarias, y con una autoridad que garantice el acceso de todos a esos bienes y servicios esenciales. En condiciones ideales, para regresar a las actividades bastaría con levantar las cortinas y prender la maquinaria.
El capitalismo no resuelve los problemas planteados por el aislamiento y la necesidad de racionar pues genera caos, reticencia y desobediencia al aislamiento, acaparamiento, desempleo, quiebras, disputas entre compradores y especulación. La gran mayoría de la población debe vender su fuerza de trabajo en condiciones precarias para obtener ingresos. Las economías tienen sistemas de crédito y de pagos sofisticados y mantienen relaciones de intercambio de productos y servicios con otras economías que cuando se suspenden crean efectos dominó intensos. Los estados capitalistas y las organizaciones internacionales mostraron respuestas titubeantes y tardías, descoordinación, mayor atención a las corporaciones que a las personas y falta de solidaridad internacional.
La intervención pública de aislamiento, suspendiendo las actividades económicas sin un plan, condujo al caos y a la incertidumbre. Esto es lo que viven las economías: volatilidad de precios, caída de la producción, desabasto, desempleo, quiebras. La pandemia agudizó la tendencia a la crisis económica presente desde 2019. Los pronósticos para 2020, si bien inciertos, apuntan a una caída del Producto Interno Bruto. El Fondo Monetario Internacional calculó a principios de abril que el PIB mundial caerá en un 3 por ciento, el de las economías desarrolladas lo hará en 6 por ciento, y el de Brasil y México bajará alrededor de un 6 por ciento.
Ante la pandemia, los gobiernos y los bancos centrales han aumentado el gasto público general y de salud, reducido los impuestos, aumentado la liquidez de las empresas (comprando activos y otorgando préstamos) y bajado la tasa de interés. Pese a su aversión a la intervención estatal, los capitalistas y sus organismos nacionales e internacionales han demandado el apoyo gubernamental irrestricto para salvar a sus empresas. Parafraseando al FMI, quieren una intervención sustancial, que se dé ya y que sea temporal. El gobierno deberá retirarse una vez que la tormenta termine y la economía esté en crecimiento.
México está en la etapa más intensa de la pandemia y es evidente que, manteniendo las medidas de aislamiento, la incidencia por millón de habitantes quedará muy por debajo de la de los países europeos y de Estados Unidos. La intervención ha sido adecuada. Sin embargo, junto a las presiones ejercidas por los capitalistas mexicanos para ser salvados por el gobierno, ante lo cual se ha mantenido una posición firme, aquí como en otros países debería utilizarse la coyuntura para relanzar una política económica de crecimiento y desarrollo nacional a favor del conjunto de la población sustentada en un uso pleno de las herramientas de política económica con que cuentan los gobiernos.
Profesor de la Facultad de Economía de la UNAM e Integrante del CACEPS.
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