El fenómeno político de Bernie Sanders no debería sorprender a nadie. Hace cuatro años estuvo a punto de ganarle la candidatura a la heredera aparente del Partido Demócrata, Hillary Clinton, y a partir de entonces no ha dejado de trabajar para promover su candidatura y oponerse a Donald Trump.
Mientras los principales personajes de su partido se entramparon en su confrontación con Trump y terminaron haciéndole el juego, Sanders se concentró en construir una narrativa que pudiera competir con la del presidente. En vez de enredarse con la trama rusa o el impeachment, en lugar de obsesionarse con que Hillary ganó el voto popular o de ofender y/o menospreciar a los partidarios de Trump, Sanders ha sido minimalista: unos cuantos temas que le interesan a grandes sectores de la sociedad, y un nivel de simplificación que le permite conectar con su base y hacerla crecer.
A lo largo de medio siglo, Sanders se ha caracterizado por un estilo iconoclasta que choca con las convenciones políticas tradicionales. Senador desde 2006, no se afilió nunca al partido que pretende abanderar y sigue registrado como “independiente”. Su agenda, que él mismo describe enigmáticamente como un “socialismo democrático”, no ha variado a lo largo del tiempo, pero lo que alguna vez fueron posturas y planteamientos extremos y radicales hoy se han convertido en parte de la discusión pública obligada, en buena parte gracias a sus campañas en 2016 y ahora en 2020.
El concepto de medicina socializada que bautizó como “Medicare para todos” va mucho más lejos que el en su momento innovador ObamaCare. Su ofrecimiento de reducir o eliminar la deuda estudiantil universitaria, que agobia a millones de jóvenes estadounidenses, tendría un impacto transformador si no en lo económico al menos en lo social. Su apoyo a sindicatos y oposición al libre comercio parecían anacrónicas hasta hace poco, hoy están nuevamente de moda.
En los últimos 25 años la economía y la sociedad estadounidense se han polarizado: un estancamiento de la prosperidad y un aumento acelerado de la desigualdad han provocado desencanto y frustración crecientes entre las clases medias que antaño simbolizaban al Sueño Americano. Este proceso se agudizó con la gran crisis de 2008-2009 y Donald Trump entendió como pocos el momento y lo aprovechó. Con un discurso que capturó la incertidumbre y la nostalgia clasemediera a la vez que magnificaba su enojo, Trump navegó hasta alcanzar la presidencia. El nativismo, la xenofobia, el simplismo fueron sus palancas, pero la piedra en que se sostuvieron era ese profundo enojo, esa desesperanza. Para un electorado enojado, nada mejor que un candidato vociferante.
Bernie Sanders está igual de enojado, pero lo expresa de diferente manera: sus enemigos no son los inmigrantes ni quienes tienen diferentes creencias o colores de piel, sus enemigos son los que él llama los grandes beneficiarios del establishment: los multimillonarios, las grandes corporaciones, los políticos que viven del intercambio de favores y dinero que es la política en Washington.
Lo interesante es ver cómo el enojo de Bernie y sus ideas sesenteras y setenteras encuentran eco en los más diversos foros y con los más variados públicos. El análisis de los participantes en los caucuses de Nevada mostró a Sanders ganando en todos los segmentos demográficos con excepción de los mayores de 65 años.
Este sábado será la votación en Carolina del Sur y el martes próximo en 14 estados, en lo que se conoce como el supermartes.
Durante el debate de ayer martes 25 de febrero, Sanders recibió los ataques y escrutinio que corresponden a su nueva e inesperada condición de puntero. Supo sortearlos razonablemente mientras que sus cuatro grandes competidores tuvieron un desempeño decepcionante (Biden), mediocre (Bloomberg), intrigante (Warren) y regular (Buttigieg).
Su cierre, citando a Nelson Mandela, de “todo es imposible hasta que sucede” resume la carrera presidencial de 2020.
El tiempo dirá.
Analista político. @gabrielguerrac