Con todo lo que está sucediendo en el mundo y en nuestro país, probablemente esa sea la última palabra que le venga a usted a la mente, apreciado lector, lectora. Pero no lo dude ni un instante: después de agua y jabón, no hay nada más importante para usted en estos momentos de zozobra e incertidumbre.

Por todos lados las malas noticias, las voces de alarma se multiplican. Lo que parecía al principio un asunto menor y según algunos hasta inflado por los medios de comunicación, se ha convertido en la gran plaga del Siglo XXI, cuyo impacto económico y financiero tal vez termine siendo superior al de salud pública. Y conforme pasan los días, la luz al final del túnel parece cada vez más la de una locomotora sin frenos que se nos viene de frente.

¿Y así —se preguntarán ustedes— nos sugiere prudencia este señor?

Pues sí, porque mientras más alarmantes las noticias, es más urgente poner la información en contexto, analizarla y no llegar a conclusiones apresuradas o desesperadas.

Veamos: salvo muy contadas excepciones, como la de China y algunos otros países con regímenes autoritarios, la constante alrededor del mundo es la critica despiadada a los gobernantes. Trátese de EU, Gran Bretaña, España, el temor e incertidumbre de la población se traduce en desconfianza y ataques a los responsables del manejo de la crisis. Si a eso sumamos las agendas políticas o electorales de opositores, las críticas y cuestionamientos se vuelven una autentica jornada de cacería.

No hay hasta este momento ejemplos de un buen manejo inicial del problema, que para ser justos es totalmente inédito y que ha superado con mucho los más pesimistas pronósticos iniciales. Cierto, hay historias de éxito en materia de contención tanto en China como en Corea del Sur, pero solo después de arranques erráticos o francamente fallidos. Los casos de Italia y España son verdaderamente dramáticos; la inacción deliberada del gobierno de Reino Unido probablemente tenga consecuencias catastróficas; los vaivenes estadounidenses son de espanto. Como se dice coloquialmente, no ha quedado títere con cabeza.

El caso mexicano, que es el que lógicamente más nos ocupa y nos preocupa, no es muy diferente. La respuesta del gobierno ha sido entre insuficiente y contradictoria, y tan mal comunicada que ha dejado vía libre a rumores infundados y a cuestionamientos más que justificados. El comprensible temor por ocasionar un frenón dramático a la actividad económica llevó a retrasos, mientras que el comportamiento del presidente de la República en nada ha ayudado a generar conciencia entre la población acerca de la seriedad del problema.

Mención aparte merecen muchos de sus más apasionados detractores, que no han tenido reparo en divulgar noticias falsas o exageradas, o en aliarse a las causas más bizarras con tal de tratar de afectar a López Obrador. Se dirá que están en lo suyo, que por eso son oposición, pero en una situación de emergencia se debe intentar al menos guardar las apariencias y guardar prudente silencio cuando no se tiene información confiable.

Y eso nos lleva de regreso al encabezado de este artículo. Ante una situación sin precedentes por la rápida propagación del Covid-19, las limitaciones de diverso tipo a la movilidad de las personas y su consiguiente devastador impacto en los mercados financieros, conviene oprimir un momento el botón de “pausa” para reflexionar acerca de lo que a nosotros nos toca hacer, más allá de las deficiencias en el actuar o el comunicar gubernamental.

Evitemos aglomeraciones y reuniones innecesarias o frívolas. Revisemos y cotejemos la información que recibimos y sobre todo la que reenviamos. Seamos solidarios con quienes más lo requieren: eso va desde preocuparse por sus vecinos con problemas de movilidad hasta evitar compras de pánico que afectan a terceros. Mantengamos nuestra distancia también ante quienes solo buscan amarrar navajas, agredir o descalificar a quienes piensan u opinan distinto.

Guardémonos. Seamos conscientes y congruentes, porque para criticar a los demás primero tenemos que asegurarnos de no ser nosotros mismos quienes estamos contribuyendo al problema.

Analista político y comunicador.
@ gabrielguerrac

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