Escribo estas líneas, queridos lectores, conforme van llegando los primeros resultados de las votaciones primarias del famoso Supermartes, en el que 14 estados y un territorio van a las urnas para decidir cómo se repartirá una tercera parte de los delegados en juego que definirán al candidato demócrata a la presidencia estadounidense. (En el caso del Partido Republicano las primarias son una mera formalidad, el presidente Trump tiene asegurada la candidatura).
La contienda se ha ido desgranando y quedan en este momento cuatro competidores: el exvicepresidente Joe Biden, que representa al ala más centrista y moderada del partido y es el claro favorita de la estructura y dirigencia demócratas; Bernie Sanders, el senador rebelde que lleva 5 años en campaña y ha sorprendido al poner las palabras “socialista” y “democrático” en la misma frase, un sacrilegio hasta hace poco en Estados Unidos; el multimillonario Mike Bloomberg, que entró tarde a la contienda pero tiene reservas aparentemente inagotables de dinero; y la senadora Elizabeth Warren, posiblemente la más articulada y específica de los cuatro pero no ha logrado conectar con los votantes, tal vez porque se posiciona en un espacio intermedio entre Biden y Sanders.
De esos cuatro solamente dos seguirán siendo viables después del Supermartes, Biden y Sanders, pero Mike Bloomberg no contempla la posibilidad de retirarse de una contienda a la que acaba de llegar. La maquinaria que ha armado y sus recursos ilimitados le permitirán seguir en la pelea todo el tiempo que quiera, independientemente de los resultados. En cuanto a Warren, su mejor apuesta sería poner la mirada en ser compañera de fórmula de alguno de los restantes, lo más probable Biden, con quien lograría una interesante alianza en que ella podría tal vez jalar a algunos de los simpatizantes de Bernie Sanders.
El aparato demócrata se ha decantado a favor de Biden: la candidatura de Sanders los alarma no solo por sus posturas extremas, sino porque nunca ha sido un fiel soldado, al grado de que no está siquiera afiliado formalmente al partido. Lo que más preocupa a la nomenklatura es que Sanders termine ahuyentando a muchos votantes centristas, con consecuencias negativas para los candidatos demócratas al Congreso. La comparación inevitable es con la desastrosa candidatura de George McGovern en 1972.
Con los resultados disponibles a esta hora, aventuro las siguientes interpretaciones de lo que viene:
Joe Biden no está muerto. Su victoria en Carolina del Sur el sábado pasado, las declinaciones de Pete Buttigieg y Amy Klobuchar, que le han dado su apoyo, y la impresionante maquinaria electoral demócrata, sobre todo en los estados del sur con alta proporción de adultos mayores y votantes negros, le han dado un muy significativo impulso. Sus debilidades: la falta de entusiasmo que genera y su tendencia a enredarse verbalmente. No quisiera imaginarlo en un debate frente a Trump.
Sanders perdió impulso pero seguirá siendo el candidato a vencer. Lo interesante es el entusiasmo que provoca entre sus partidarios y el apoyo abrumador de jóvenes, entre 18 y 44 años de edad, de acuerdo a encuestas de salida. Se llevará un buen cacho de los delegados en disputa en el Supermartes.
A favor de Mike Bloomberg juegan tres factores: el dinero, el dinero y el dinero. Logrará una cosecha moderada de delegados que lo justificarán para continuar su campaña. Dudo que le alcance para ganar, pero le va a descomponer las cosas a Biden.
Warren ya no tiene una ruta a la candidatura presidencial. Equivocó enfoque y estrategia, lo cual es una pena dado su alto nivel de preparación y capacidades.
La gran pregunta ahora ya no es quién ganará la nominación, sino si será capaz de mantener razonablemente unido al partido. Tal vez el movimiento de “stop Sanders” tenga éxito, pero implicaría el riesgo de una fractura irreparable y de cuatro años más de Donald Trump.
Analista político. @gabrielguerrac