A diez días de la jornada electoral, es muy probable que estén ustedes ya un poco hartos o saturados de tanta información o, por el contrario, queridos lectores, ansiosos de saber un poco más acerca de las diferentes propuestas, biografías y personalidades de quienes contienden por un puesto de elección popular en su estado, municipio, alcaldía o distrito.
Ese grado de saturación o de hambruna de información política depende un poco o un mucho de donde vivan ustedes, de qué tan politizados o activos en la comunidad sean, pero también de los candidatos y partidos, que han hecho esfuerzos disparejos por darse a conocer y por atraer intenciones de voto.
Depende también de su propio círculo social y familiar. Es muy probable que en alguno de los chats familiares, de amigos o laborales, haya quien esté como predicador en cuaresma: diciéndole a quien lo quiera escuchar (y a los que no también) lo que la victoria de uno u otro partido o candidato puede significar para su localidad, para su estado, para el país o de plano para el futuro de la humanidad. Tal vez todos en el grupo participan al parejo, tal vez hay un instigador, pero son muy bajas las probabilidades de que no lo esté alguien atiborrando de información o desinformación.
Qué bueno. Muchas personas a las que antes les tenía sin cuidado lo político ahora se interesan y participan, hacen proselitismo a favor de sus causas o candidatos, salen a la calle, se manifiestan, descubren el empoderamiento cívico, la adrenalina, del activismo y la participación.
Obviamente hacen lo propio partidos, asociaciones, alianzas y gobiernos (federal, estatales y municipales), a veces ignorando o de plano violando las disposiciones legales al respecto. De hecho, una vez que concluya el proceso electoral de 2021 será indispensable revisar leyes, reglamentos, límites y atribuciones de todos los actores institucionales.
Todo lo anterior forma parte de la vida política: amigos, colegas y familiares buscan convencernos, los partidos y gobiernos hacen su parte, y al final los ciudadanos salen a votar. Democracia, que le llamamos.
Pero hay otro elemento que es un poco más turbio, nebuloso: se trata de lo que hacen quienes buscan sacar provecho de una posición de poder o autoridad para inducir o coaccionar el voto. Es el líder sindical que le dice a sus agremiados cómo deben votar, el servidor público que le “ordena” a sus subordinados, el maestro que le “sugiere” a sus alumnos y, también el empleador que, atendiendo la campaña que promueven algunos prominentes líderes patronales, busca “orientar” a sus trabajadores acerca de por quién sí o por quién no votar.
Me dirán algunos que el líder/funcionario/maestro/patrón está en su derecho, que no los está obligando, que el voto es secreto. Que lo que está mal es lo que hacen los otros, los demás, claro, en este país en que tantos creen que las leyes solo aplican a “los demás”.
Pero lo cierto es que más allá de lo que diga la ley, este es también un asunto profundamente ético. Todos los ejemplos anteriores tienen algo en común: relaciones disparejas de poder, temor a represalias, posibilidad de ejercerlas.
Está mal lo haga quien lo haga Y que nadie venga a decirnos que en unos sí se vale, porque ninguno de nosotros quisiéramos que algún día alguien nos viniera a decir cómo tenemos que votar y que no nos quedara más remedio que seguir su “recomendación”.
La democracia, queridos lectores, solo puede ser defendida por demócratas.
Analista político.
@gabrielguerrac