Desde hace poco más de tres años, cuando en una voltereta de último minuto Donald Trump le arrebató a Hillary Clinton la presidencia de Estados Unidos gracias a una brillante estrategia de suma de votos/delegados al Colegio Electoral (que Trump ganó) y no de la votación popular (que se llevó Hillary), el Partido Demócrata y sus simpatizantes no han pensado en otra cosa más que en deshacerse del presidente sea por la vía política, por la mediática o por la judicial.

Su fracaso ha sido rotundo. Pese a todos los intentos de sus adversarios, y a su propia personalidad explosiva y divisoria, Donald Trump se ha mantenido firme en la Casa Blanca , ha dado marcha atrás a muchas de las políticas públicas que fueron estandarte de Barack Obama y, merced a la buena marcha de la economía estadounidense, tiene magnificas posibilidades de reelegirse y prolongar su mandato cuatro años más.

Si bien es el presidente en funciones con más bajos índices de aprobación y/o popularidad en tiempos modernos, y varios de sus posibles rivales demócratas lo superan en hipotéticas encuestas parejeras, Trump conserva no solo un respetable 45% de aprobación o intención de voto, sino también una composición geográfica de las simpatías que en teoría le facilitaría continuar como inquilino de la Casa Blanca.

Escribo estas líneas pocas horas antes de que dé inicio el último debate de los aspirantes a la candidatura presidencial demócrata previo al arranque formal del proceso de nominación. Para cuando lea usted estas líneas, apreciado lector, conocerá el desempeño que tuvieron los seis precandidatos que calificaron bajo las reglas de su partido, destinadas a reducir el nutridísimo elenco de contendientes. De más de 20 que iniciaron, llegaron al debate seis, cuatro hombres y dos mujeres, todos blancos. El partido de Barack Obama no logró ni siquiera un asomo de diversidad étnica en la presentación final en sociedad de sus alumnos destacados rumbo a los “caucuses” de Iowa a celebrarse el 3 de febrero.

El sexteto está compuesto, en orden de preferencias previas al debate, por el exvicepresidente Joe Biden, un moderado de tono afable y ocurrente que, a sus 77 años, es más conocido por su vínculos con Obama que por sus planteamientos o perfil ideológico. Su bonhomía y humor lo colocan a veces en situaciones incómodas y ha sido el blanco de los intentos de Trump por vincularlo a un supuesto escandalo en Ucrania. Eso, que ya llevó a Trump al juicio político, no ha hecho mella aún en Biden. Con 27% de las simpatías es el favorito aparente, pero no acaba de entusiasmar.

Bernie Sanders

es ya un ícono del ala izquierda demócrata y, con todo y su precaria salud y sus muy evidentes 78 años de edad destila pasión y enjundia. Su capacidad para recaudar fondos de pequeños donantes es admirable y su aguante en las encuestas refleja no solo las simpatías que genera sino también el nivel de desencanto de muchos estadounidenses —sobre todo jóvenes— con la desigualdad económica de su país. Tiene pocas posibilidades pues muchas de sus propuestas, que en cualquier otro país serían consideradas socialdemócratas, son vistas como “socialistas”. Sería probablemente el candidato que Trump preferiría enfrentar. Tiene el 19% de preferencia.

Elizabeth Warren es una mujer formidable, combativa, con una plataforma ligeramente menos a la izquierda de Sanders pero con significativamente menos detalles acerca de como implementaría muchos de sus programas insignia. A sus 70 años proyecta energía, elocuencia y conocimiento de los temas, como corresponde a sus destacados antecedentes académicos (es abogada egresada de Harvard). Su mayor rivalidad es con Sanders, seguramente por la necesidad de ambos de diferenciarse entre sí, lo cual podría terminar dividiendo a los demócratas más radicales y apasionados. Cuenta con el 16% de simpatías.

El benjamín de los aspirantes es Pete Buttigieg , de apenas 37 años. El exalcalde de una ciudad mediana de Indiana, South Bend, es muy mediático, articulado y progresista sobre todo en temas sociales, no tanto en los económicos donde tiende a la moderación. Abiertamente homosexual y casado con su compañero de vida, Buttigieg representaría un quiebre generacional y de valores en una sociedad profundamente dividida entre liberales y conservadores a ultranza. Es tal vez lo que más necesita EU, pero tal vez su país no esté aún listo para él. Llega justo al 9%.

Amy Klobuchar

y Pete Steyer completan el disparejo sexteto, en el que falta, como el proverbial elefante en la habitación, el multimillonario, brillante pero poco carismático Michael Bloomberg , quien se decidió apenas hace días y por lo tanto no logró cumplir con los requisitos para entrar al debate.

Entre esos siete probablemente se encuentra quien vaya a desafiar a Trump en diciembre. Probablemente el presidente dormirá apaciblemente, no así el resto del mundo.

Analista político y comunicador.

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