Por fin, en un tiempo récord y tras una interminable espera, porque sí, ambas cosas pueden darse simultáneamente, ha comenzado en México el proceso de vacunación de la población en general, atendiendo a los criterios de edad y lugar de residencia que las autoridades determinaron previamente.

Se ha hablado ya muchísimo acerca de cuáles fueron finalmente las vacunas autorizadas y adquiridas, y no me voy a poner aquí a querer competir con quienes sí saben de esos asuntos. Baste decir que las que se aplicarán en México cumplen con la normatividad, no reportan efectos negativos y tienen tasas de efectividad muy aceptables. Son dos cosas muy importantes: la primera y fundamental es que la vacuna no genere daños a la población inoculada, y la segunda es que logre frenar y revertir el crecimiento de la pandemia.

Está definida también, en principio, la estrategia nacional de vacunación. Digo en principio porque los retos logísticos son enormes y las prioridades epidemiológicas son subjetivas y cambiantes. Por lo pronto se ha decidido priorizar a zonas aisladas, con mayores índices de pobreza, aislamiento y/o carencia de infraestructura hospitalaria o servicios de salud. De inmediato surgió la polémica: ¿Por qué no mejor empezar por las grandes concentraciones urbanas? ¿Por qué dar preferencia a donde el virus no ha llegado? ¿Por qué empezar por los pobres? Y no se ría, querido lector, hubo quien palabras más o palabras menos preguntó eso último.

Puede uno estar o no de acuerdo con dicha estrategia y priorización, pero por lo menos existen. Y es que lo que se había observado hasta este domingo era una serie de ocurrencias (incluyendo el desastre del lanzamiento de la página de registro) y una evidente desconexión entre las áreas de adquisiciones y proveeduría, por así llamar a SHCP y SRE, y la nominalmente responsable de la aplicación de las vacunas, de la operación del programa, la Secretaría de Salud. No digo que se hayan planchado todas las complicaciones, pero cuando menos ha comenzado a fluir el procedimiento, con jalones y retrasos que tampoco me sorprenden demasiado.

Escribo estas líneas al concluir la segunda jornada de vacunación. El primer día estuvo lleno de crónicas y reseñas de personas que acudieron. Muchas quejas por largas filas, retrasos y fallas logísticas, pero también muchas expresiones de satisfacción, de tranquilidad, de reconocimiento a los servidores públicos que integran las brigadas de vacunación. Por supuesto, el asunto se politizó en menos que se aplica un pinchazo: críticas y acusaciones sin fundamento de algunos, reacciones furibundas de otros ante dichas afirmaciones, meterse a opinar al respecto era, es, una actividad de alto riesgo.

Yo estoy un poco harto de tanta politiquería, apreciados lectores. Ni me parece un acto de lesa majestad el criticar o señalar los errores ni tampoco me parece que tenga nada de malo reconocer las buenas noticias cuando las hay.

Y la realidad es que con o sin largas filas, con o sin complicaciones, el inicio de la vacunación masiva es una muy buena noticia para millones de mexicanos a los que les urge ya romper el cascarón de su aislamiento. Para todos ellos, para todas ellas, mis parabienes: se lo merecen, nos lo merecemos.

Analista.
@gabrielguerrac