Gabriel Guerra

Imaginar el regreso

20/05/2020 |02:35
Redacción El Universal
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Ya sé, queridos lectores, que hablar del “regreso” después de la pandemia, o cuando menos después del prolongado encierro, puede sonar optimista, iluso. Y sí, es demasiado temprano para especular acerca de cuándo (y cómo) podremos reanudar actividades de todo tipo: productivas, comerciales, laborales, escolares, sociales. Los gobiernos que se han aventurado a una gradual reapertura (unos tímidamente, otros de manera temeraria) lo están haciendo más por consideraciones económicas y políticas que por cualquier concepto serio de salud pública. Pero a fin de cuentas tienen un punto, también, quienes argumentan que los países y sectores más desprotegidos se encuentran ante el terrible dilema de escoger entre las muertes por el Covid-19 y aquellas ocasionadas directa o indirectamente por la crisis económica que ha desencadenado.

No es menor cosa: si en muchos países hemos ya visto historias estrujantes de médicos y enfermeras que tienen que hacer triaje, es decir escoger de entre los enfermos a quienes tienen mayores posibilidades de sobrevivir para atenderlos prioritariamente, aunque eso implique dejar a bien o mal morir a los que no presentan tan buen pronóstico, elecciones similares se están tomando todos los días, no solo entre quienes toman decisiones de gobierno o de políticas públicas, sino entre personas y familias que saben que no salir a trabajar/vender/comerciar significa, literalmente, no poder comer ese día o semana.

No me refiero, sobra decirlo, a quienes deciden que “tienen que salir” para asuntos menores o para cosas que perfectamente podrían hacer a distancia, ni mucho menos a aquellos que quisieran hacer de la cuarentena un símbolo de la opresión del Estado o del sistema. Quien sale a la calle porque “nadie le va a decir qué hacer” es un irresponsable, porque al ponerse en riesgo pone en peligro a todos aquellos a su alrededor. Y quien, como en algunas partes de los Estados Unidos de América, recurre a la amenaza de las armas para dizque defender sus libertades es, además de ignorante, un criminal.

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Pero me desvío: el hecho de que aun sea demasiado pronto para hablar de un regreso no quiere decir que no debamos empezar a imaginarlo. Porque así como puede ser iluso hablar de viejas o nuevas normalidades, estamos por primera vez en nuestras vidas ante la oportunidad colectiva de escoger y diseñar el pequeño pedazo de mundo al que regresaremos.

Me parece fatalista quien opina que todo será como antes porque así somos y así es la naturaleza humana, pero falla igualmente en el extremo opuesto quien visualiza un nuevo mundo en el que se cumplan los ideales de una sociedad más justa, menos obsesionada por el consumo y la frivolidad, más respetuosa del entorno, con tecnologías de punto que nos coloquen en el universo ideal de Los Jetsons, o Supersónicos (sea tan amable de buscar la referencia y ahorrarme la pena de confesar mi edad, amable lector).

Ni más de lo mismo ni paraísos terrenales, pero sin duda un escenario dramáticamente distinto en el que muchas de las cosas que antes dábamos por hecho o considerábamos indispensables han demostrado tener pasada su fecha de caducidad. Seguramente en mucho habrá diferencias notorias de acuerdo con regiones, niveles socioeconómicos y de educación, pero ni las experiencias de consumo ni las de entretenimiento serán lo que antes. Escuelas, universidades y centros de investigación están en proceso de reimaginarse, con menos clases presenciales y mucha mayor actividad en línea o digital. Espectáculos deportivos como el futbol, el básquet o el hockey se muestran renuentes a reanudar sus temporadas antes de tiempo, salvo el caso de Alemania donde la Bundesliga lo hace asépticamente.

Y de la vida social ni qué decir. Salvo por aquellos que se creen inmunes y siguen en la fiesta, muchos descubren en la tecnología la cura para toda amistad o relación nociva: el botón de “silenciar”.

Falta mucho todavía. Cuídense y por favor, quédense guardados un rato más.

Analista político. @gabrielguerrac