Estamos acostumbrados, querido lector, apreciada lectora, a ver los cambios en el calendario como nuevas oportunidades, como reinicios. Nuestros antepasados aztecas, sabios y prudentes, esperaban que ese renacimiento se diera cada 52 años, pero nosotros, impacientes, quisiéramos que se diera cada año. Y por ello le damos una importancia tan inflada a la terminación de una órbita completa de nuestro pequeño planeta alrededor del sol.
Después del dificilísimo y horrendo 2020, es más que comprensible que todos veamos su partida con alivio y la llegada del 2021 con doble ilusión y esperanza. Pero tal parece que el año que se fue no quiere que lo olvidemos, como si tal cosa fuera posible, y nos ha dejado una serie de recuerdos que están no solo en la memoria sino como parte de nuestra realidad cotidiana.
Me refiero, en primerísimo lugar, a la pandemia. Sigue ahí, con más fuerza que nunca, arrasando vidas, familias, comunidades y naciones enteras. Los países más ricos y poderosos no han podido controlarla y han debido recurrir de nuevo a los encierros, con su terrible impacto para la sociedad y la economía. Y si los más prósperos y educados no han sido capaces de domarla, flaca esperanza nos queda a quienes vivimos en naciones con bajos niveles de gobernanza, infraestructura y conciencia cívica. Ya ni siquiera pensar que nuestras muchas carencias le deben parecer de risa, envidiables, a muchos otros de los que poco se habla porque ni siquiera alcanzan a contar sus muertos, ya no digamos a sus enfermos.
La llegada de las vacunas nos mete ahora a una nueva y perversa dinámica, comenzando por las enormes dificultades logísticas de transporte, almacenamiento y distribución a las que se agrega, una vez más, la sombra de la desigualdad: los más ricos acaparando, los intermedios esforzándose para comprar lo indispensable, los más pobres viendo si algo se derrama en el camino que a ellos les pueda servir. Y hablo de países y gobiernos, queridos lectores, pero si la vacuna estuviera a la venta a particulares tendríamos exactamente lo mismo.
Por otra parte, así como al inicio de la pandemia hubo quien la negó o dudó de su severidad, ahora hay muchos escépticos de la vacuna, que se negarán a recibirla y así pondrán en riesgo el esfuerzo colectivo que implica una campaña de vacunación masiva, global, como será este. La ignorancia, el temor y los prejuicios siempre conspiran contra el bien común.
Sumen ustedes a todo lo anterior que tenemos, en México, un año electoral en el que ya estamos viendo el descarado uso de la pandemia y/o la vacuna para anotarse puntos políticos, lo mismo de parte del oficialismo que de la oposición. Nadie está exento, aunque hay algunos más obvios y burdos que otros. Merecen nuestro oprobio, pero apostarán a la desmemoria para obtener nuestro voto. No debemos permitirlo.
Así, a pandemia, crisis económica, problemas sociales, familiares y personales, a la escalada de violencia intrafamiliar, de enfermedades físicas y/o mentales que no se reportan o atienden, tendremos que sumar la pandemia propagandística del proceso electoral, y a candidaturas que parecen sacadas, todas, del baúl de recuerdos de la casa de los sustos.
Vaya año nuevo que nos espera.
Analista y comunicador.
@gabrielguerrac