La retórica de Andrés Manuel López Obrador está destinada a privar a los demás de pasado y de futuro. Los demás somos todos los que pensamos distinto o siquiera ligeramente diferente del oráculo de Palacio Nacional. Y esos más (que somos más) incluye a la crítica y a la oposición partidaria. Esa retórica hace que cualquiera se sienta atemorizado de preguntar (o preguntarse) “¿por qué?”. El clima de temor ha alcanzado a los especialistas en voz, como los periodistas, científicos o académicos, que temen levantar la voz por miedo a las amenazas que conducen a represalias. Conozco a varios que han dejado el oficio y a muchos que prefieren callar —o hablar en voz baja, como parece estarlo haciendo una vasta población—.

AMLO y Morena han conseguido escamotear el pasado creando una “posverdad” en la mentalidad de una parte del país, con el cuento de la maldad del neoliberalismo, del que brota toda corrupción y de la bondad “providencial” encarnada en el “adviento” de la 4T —nótense las bíblicas comillas—. Cuando pensaba en escribir estas líneas, el Presidente soltó el dicho de que “si el modelo neoliberal se aplicara sin corrupción, no sería del todo malo” (https://bit.ly/3wIPkfH), un verdadero disparo a la cabeza de sus seguidores. Pero una golondrina no hace verano. La retórica predominante apunta el dedo acusatorio al neoliberalismo como pecado original por el que fuimos expulsados del paraíso terrenal. De pasada, que conste que en su momento, la mayoría votó a favor del neoliberalismo.

Todo lo hecho desde los años 80 está tocado por el beso demoníaco de esa doctrina. Esto incluye a la transición democrática. Se ha criticado la banalidad de esta condena, que justifica la negativa permanente al diálogo político y en la plaza pública con quienes tengan una visión diferente, sea “neoliberal” o no. El perjuicio que provoca esta intolerancia rupestre es tanto o más nocivo que el que causó durante muchos años la imposición de la idea neoliberal de que debíamos deshacernos del Estado y atender únicamente a las leyes del mercado. Ambas simplificaciones secuestran la atención pública para que no se discuta con libertad.

No por simplona —o justamente por ello—, la operación ha sido menos efectiva para privar de pasado a los opositores. Sólo aquello sancionado por bueno por su dedo acusador puede ser legítimo, auténtico, genuino. Todo lo demás es dañino o redundante. El principio de juicio es el mismo que el del sultán Amr ibn-Alas quien, de acuerdo con la leyenda, habría incendiado la biblioteca de Alejandría justificándolo porque “si esos libros están de acuerdo con el Corán, no tenemos necesidad de ellos, y si se oponen al Corán, deben ser destruidos”. Pues de la misma manera se puede prescindir de todo lo que no sea del parecer de AMLO. Más aún, hasta sus seguidores son presa de la ira del oráculo si se atreven a contradecirlo. Por cierto que nadie en sus filas se ha atrevido a desafiarlo por el cambio de parecer sobre el maligno neoliberalismo.

Obviamente, todo esto es un nudo gordiano de mentiras pronunciadas desde el hipnótico estado de la “posverdad”. La oposición tiene que cortarlo de tajo, como lo hizo Alejandro Magno cuando se dirigió a conquistar el inexpugnable imperio persa. La oposición tiene todo lo necesario para recuperarse del descontón del 2018 rompiendo el maleficio. Se lo ha servido en bandeja de plata el propio obradorismo con los resultados infames de un gobierno que no ha podido dar pie con bola. Lo que necesita la oposición es la inteligencia política para reconocer que Morena no es un contrincante democrático, sino un partido autoritario con un líder dispuesto a destruir los fundamentos elementales de la democracia y, con ellos, a la oposición misma, para hacerse de todo el poder en 2024.

Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM. @pacovaldesu

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