Es cierto que la política es practicar “el arte de lo posible”, y nada evitará que afortunadamente dispongamos de esa herramienta para llevar la cosa pública siempre “un poco más allá” de donde está. Pero quedarse allí puede ser el epitafio de aspiraciones que podían llegar más lejos de lo que la imaginación permite.

Algo así pasó con la invención de nuestro sistema de partidos. Partidos fuertes y competitivos capaces de garantizar el equilibro pluralista. Debían partir de una situación precaria en comparación con el “partidazo” que dominó la vida pública más de setenta años. Esto se consiguió en parte. Hoy tenemos partidos que cuentan con financiamiento público, que pueden proponer candidatos en elecciones justas y transparentes en las que pueden ser competitivos por su atractivo programático y que han llegado a gobernar desde los cabildos municipales y las legislaturas estatales, a las gubernaturas, diputaciones y senadurías del Congreso de la Unión, y la codiciada presidencia. Todos han ganado posiciones y las han perdido.

Sin embargo, son partidos que se quedaron girando en una burbuja de comodidad autoengañándose con la ilusión de que representan a la ciudadanía, lo que cada día deja de ser un poco menos cierto. Actúan en su nombre, sí, pero no satisfacen sus expectativas. Son el camino para constituir a la autoridad legítima, pero pierden la autoridad moral frente a muchos electores, lo que ha creado un vacío. Pero nada se queda quieto. La carencia de calidad en la representación que experimentan los partidos que antes gobernaron y hoy están en la oposición, ha ido llenándose con una oferta antidemocrática. López Obrador se esmeró, pueblo por pueblo y ciudad por ciudad, en capturar la expectativa de un gran sector de la población defraudada por la mediocridad y corrupción de sus gobiernos. Lo mismo pasará a Morena más temprano que tarde, porque la corrupción y la ineptitud es aún mayor que antes. Esos partidos que anteriormente gobernaron y hoy son oposición no tuvieron ninguna respuesta creativa al fenómeno que ha representado AMLO-Morena. No han superado el descontón que les propinó y les propina diariamente.

Sin embargo, el clamor del pluralismo ciudadano está ahí. La marcha del 13 de noviembre para defender al INE —símbolo de la democracia realmente existente— fue realizada por ciudadanos que exigen que haya una oposición que pueda ir más allá de lo posible. En la imaginación mayoritaria, lo más probable es que Morena vuelva a ganar la elección presidencial en 2024. Para que esta medida de “lo posible” se invierta, es necesaria una oposición unida, que refrende su compromiso democrático y que proponga un proyecto realista de gobierno. No será fácil para las nomenclaturas partidarias de la oposición aceptar que los referentes de sus bastiones cambiaron por completo, y que tienen que construir otros conjuntamente con la sociedad civil. De no ser así “lo más probable” es que pierdan.

Estamos pasando por tiempos extraordinarios. Morena tiene como proyecto un modo de vida, no solamente un proyecto político, y lo quiere imponer a como dé lugar. Un partido democrático de verdad no habría presentado una iniciativa de reforma constitucional (rechazada) y un Plan B (en marcha) para ser oficialmente hegemónico. Si se impone su intento, garantizaría por la fuerza de la imposición el triunfo de Morena. Por eso se quiere dañar a fondo la estructura electoral mediante el engaño, el asedio, la austeridad y la devastación.

Si la vara para formar nuevos partidos no fuese tan alta ya habría alguno en formación. Por ahora solamente podemos hablar de gestación de nuevas corrientes que emanan de la sociedad civil. Si los partidos de la oposición no responden creativamente al reto que esto representa y se mantienen en el autoengaño, lo más seguro es que lo políticamente posible —que es necesario llevar más más allá del conformismo— no rebase a lo probable y se consolide el proyecto autoritario. En cambio, si dan ese salto hacia adelante se abriría una nueva etapa en la vida democrática.

Investigador del IIS-UNAM. @pacovaldesu

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