Si usted quiere encontrar la unidad de fenómenos tan diversos como el movimiento “woke”, la decepción democrática, la autocratización, la inteligencia artificial, la creciente influencia china, las migraciones masivas, las bravuconadas de Putin, la ansiedad europea, la preferencia electoral por Trump y la disruptiva neocomunicación de las redes sociales, por enumerar sólo un puñado, seguramente va a necesitar alterar los esquemas mentales con los que acostumbra entender lo que pasa. Un amigo me recordó hace poco una frase de Carlos Monsiváis que captura el acertijo: “O ya no entiendo lo que está pasando o ya pasó lo que estaba yo entendiendo”.
Vivimos un cambio de época no solamente por el recambio de regímenes políticos o sistemas económicos. Desde lo más próximo hasta lo más lejano miramos un rompecabezas inédito en el que no embonan las viejas piezas con las nuevas. En un pasado similar -plena segunda guerra mundial (1942)- Stefan Zweig y su segunda esposa decidieron quitarse la vida para no seguir presenciando el horror que le ocasionaba la “pérdida definitiva” de Europa y su cultura en las fauces del nazismo. No vivieron para ver el parto de la victoria aliada y el nuevo orden que surgió seis años después.
La segunda posguerra y la Guerra Fría proveyeron esquemas mentales que, una vez convertidos en propaganda y diluidas las generaciones de entreguerras, simplificaron la realidad y la hicieron asequible para el ciudadano común. Un mundo dividido entre Oriente y Occidente en Guerra Fría por la supremacía hasta el entierro del comunismo soviético en el Tratado de Balavesha (1991). El mundo se volvió unipolar, dando lugar a un optimismo (democracia, derechos humanos, liberalización económica, globalización) que se cuarteó con las Torres Gemelas en 2001. En ese momento desaparecieron las herramientas interpretativas que asían los hechos a la fácil comprensión. Aparecieron realidades no visibles previamente desde aquella zona de confort: el Islam, el éxito económico de la dictadura China, la restauración del autoritarismo en Rusia, el crecimiento de las derechas nacionalistas en Europa y Estados Unidos, la declinación democrática y el surgimiento de populismos radicales de izquierda y derecha, como en Latinoamérica. Junto a todos estos fenómenos se registró una ampliación de los espacios, más mediáticos que demográficos, de la política identitaria: pueblos originarios, género y transgénero, grupos vulnerables y un desplazamiento babilónico de toda moral de raigambre religiosa. La sumatoria de estos fenómenos se tragó la brújula de la capacidad común de navegación en tiempo y espacio, y en su lugar apareció una nueva mojonera: la ira, el resentimiento, la rabia y la disrupción “antisistema”. Por razones buenas y malas, la otredad excluyente de los excluidos ocupó el lugar de la inclusión y produjo fenómenos como la derrota de Kamala Harris —con su inclusión de excluidos-excluyentes—, ante Trump —con su inclusión de incluyentes-excluidos—. Polaridades de alto poder galvanizante. Un mosaico de sectarismos religiosos, culturales y políticos sustituyen la optimista e ingenua visión de un “fin de la historia” que tendería puentes por todo el mundo.
Todo cambio de época trae paradojas: los puentes más sólidos son las finanzas libres, el crimen organizado, los hiperpoderes político-militares y las tecnologías que escapan de las manos de aprendices de mago, como en el célebre cuento de Goethe. La globalización avanza bajo el gobierno de los grandes poderes postnacionales y escapa al control de los numerosos afectados, como los migrantes que desbordan fronteras, cuyos estados nacionales se encogen y recogen a los espacios cada vez más amenazados de lo nacional exacerbándolos como identidades periféricas. Izquierda y derecha, empecinadas en sobrevivir y prevalecer como polaridad principal participan del festín ingobernable y, a la vez, se vuelven cada día más irrelevantes. Un retablo que evoca el “Jardín de las Delicias” pintado por el Bosco en otro cambio de época.
Para entender lo que está pasando no hay más brújula que pensar educadamente por cuenta propia. Inténtelo, lector, lectora, o será presa fatal de perplejidad interminable. Recuerde que el ciudadano es usted.
Investigador del IIS-UNAM. @pacovaldesu