La reciente temporada de las mañaneras presidenciales ha sido dirigida contra la UNAM . La universidad de la nación en la lista negra de lo que no le gusta al Presidente (no cabe duda que hace listas, y las exhibe). El pivote de sus invectivas ha sido —qué raro— el “neoliberalismo”, ese costal de papas donde cabe todo lo que a la 4T se le ocurra descalificar. O, mejor dicho, el zurrón en el que AMLO acomoda todo lo que está fuera de su control o es con él indiferente o adverso.
El Presidente considera que para estar en el “lado bueno” de la historia hay que ser ferviente militante de la 4T , es decir, de lo que su persona disponga. Considera su triunfo político , su llegada al poder y su gobierno como el principio de la historia. El pasado habría quedado atrás pues el futuro lo repetirá y, por lo tanto, ese pasado estará delante de nosotros, nos habrá alcanzado, dándonos la certeza de lo ya vivido y alejándonos de la tentación de experimentar por cuenta propia, como mal que bien lo hicieron los ancestros que se invocan por estos días de muertos.
El llamado a los estudiantes a que hagan una manifestación “aunque sea en contra nuestra”, revela en toda su magnitud el descontento que siente con la ausencia de ardor por sus causas. Al escucharlo el jueves pasado hablar desde Yucatán recordé aquellos carteles que se hacían en la Unión Soviética con la imagen idealizada de los héroes del trabajo, las heroínas de la enfermería o el Ejército Rojo desfilando triunfante bajo el bigote sonriente de Stalin. La era “comic” del capitalismo americano y sus superhéroes empequeñecen ante lo que el Presidente acaricia como semiótica de su cuarta transformación.
Hurguemos un poco en las causas de la movilización “ausente”. Resulta que las universidades del país durante el periodo que él llama neoliberal, se desarrollaron considerablemente para actualizar su misión en un México que decidió pertenecer a un mundo globalizado —y no exclusivamente por “razones neoliberales”—. En ese clima, la enseñanza de las humanidades y de las ciencias sociales cambió significativamente y para mejor. No como él sugiere “derechizándose” y haciéndose “cómplice” del neoliberalismo, sino abriéndose al mundo y atreviéndose a insertar a estudiantes, docentes e investigadores en las corrientes del pensamiento contemporáneo, incluido, por supuesto, el muy rico debate acerca del fundamentalismo de mercado, eso que él, con dilatada vaguedad, refiere como “neoliberalismo”. En la semana pasada, este diario hizo una excelente cobertura de la producción que desde las ciencias sociales se ha hecho en la UNAM para analizar y criticar el neoliberalismo . Desde luego y como cabe esperar, esa producción, además de vasta, es plural. En ella hay enfoques marxistas, liberales, empíricos, epistemológicos y filosóficos. También los hay neoliberales y por qué no, si la universidad es por excelencia el espacio de lo universal. Hay estudios del pensamiento neoliberal, de las políticas económicas y sociales neoliberales, de la teoría económica y la filosofía que inspira al neoliberalismo y en abundancia la hay sobre las consecuencias malas y buenas, deseables e indeseables, buscadas y no buscadas de esa corriente de pensamiento que fue dominante; dominación que, por cierto, al igual que “todo lo sólido, se desvanece en el aire”. Más aún, hay literatura que analiza los límites de esa doctrina y las alternativas para superarla en aras de un mundo solidario y fraternal.
Todo eso que han hecho las universidades y los centros de investigación durante y a pesar el neoliberalismo lo desconoce el presidente. También parece ignorar deliberadamente los movimientos telúricos que han redefinido las ciencias sociales y las humanidades después de tres acontecimientos fundamentales: el fin de la Guerra Fría, la caída del Muro de Berlín y la del imperio soviético . No es lo mismo pensar la realidad humana antes que después de esos acontecimientos que han desbocado ríos de tinta por las prensas. Pero en la 4T se niegan a leer o queman en sus hogueras mentales la literatura inconveniente.