En su mito de autoconsumo, Morena presume ser un partido mayoritario. El Presidente lo reitera diariamente, mañanera o no mañanera, a pesar de que sus miedos lo traicionan por sistema. Morena y sus aliados consiguieron más del cincuenta por ciento de los votos en la elección presidencial. Nunca han tenido la mayoría de los votos para el Congreso, ni en 2018, ni en 2021. Aumentaron sus curules gracias al uso ilegal de la cláusula de sobrerrepresentación. Morena se proclama, se siente y actúa como si fuera mayoritario, anticipando que en 2024 ganará inevitablemente. Con esta presunción justifica el uso de los recursos y el aparato del Estado sin importar las consecuencias.
Detengámonos un momento en esta operación política. La presunción de ser mayoría permanente, mística y mítica, le incita a transgredir primero y eliminar después la igualdad de condiciones de todos los partidos para la competencia política. Esta prepotencia que intenta nulificar a la oposición también violenta la igualdad de los ciudadanos. De acuerdo con su lógica imaginaria, Morena y sus electores son superiores. Descalifica sistemáticamente a quienes tienen otras preferencias y cree que merece ser el único que determine quién gobierna.
Este modus operandi se asemeja peligrosamente a lo que ha ocurrido en Venezuela. Hugo Chávez fue electo por mayoría, pero desde que se realizó la espuria asamblea constituyente, el chavismo ha necesitado de la imposición en todos los comicios posteriores, pues saben que dejaron de ser mayoría. A falta de esa mayoría, en Venezuela se impuso la dictadura, aunque a pesar de todo necesita hacer elecciones —igual que Putin o Bukele—, pero nulificando a la oposición, es decir, eliminando la igualdad política. En México podríamos llegar a ese punto sin retorno.
La democracia implica la combinación justa de los principios de igualdad y de mayoría en el gobierno de la sociedad. Desde su invención, la democracia es el gobierno de los individuos iguales entre sí que deciden por mayoría. La historia del sufragio es esa: cada vez más individuos se convirtieron en ciudadanos iguales entre sí con el poder de elegir a su gobierno. Primero fueron únicamente los que tenían riqueza o instrucción, pero a lo largo de siglos el reclamo de igualdad fue integrando al sufragio a los trabajadores y a las mujeres y se extendió a la totalidad de los adultos. Es la historia de la conquista de la igualdad de los desiguales. Si no fuese por la condición de igualdad constitucional de todos los ciudadanos, el voto no tendría legitimidad. Y en eso reside el núcleo fundamental de la democracia: en que la libre voluntad de los iguales debe determinar por mayoría el rumbo de la sociedad con respeto irrestricto a la libertad y garantías de los disidentes.
Cuando una mayoría, cualquiera que sea, clausura la igualdad para imponerse en el poder está destruyendo la base misma que le permitió ser mayoría. Para impedirlo existen las constituciones democráticas que garantizan la igualdad de derechos y obligaciones de todos los miembros de la población. AMLO actúa como un déspota al asumir que Morena es una mayoría predestinada a permanecer en el poder, y como jefe del Estado ataca la igualdad política de la ciudadanía. La prueba irrefutable está en la iniciativa de reformas constitucionales para desaparecer la representación proporcional, asfixiar a los partidos políticos —a excepción del que se queda “para siempre”—, eliminar órganos autónomos y absorber al Poder Judicial en el Ejecutivo. Autoritarismo a perpetuidad.
La marcha nacional por la defensa de la democracia del 18 de febrero fue la marcha de los demócratas en defensa del principio de igualdad política contra una supuesta mayoría que quiere sustraerse a la Constitución y al voto libre torciendo el proceso electoral, porque sabe que es ficticia. Las tres grandes marchas de 2022, 2023 y 2024 han sido el reclamo contra el despotismo y su esencia, que es la usurpación de la voluntad soberana de la ciudadanía para imponer un delirio.