Nada hay más conservador que la obcecación en que las ideas propias no admiten refutación válida. Nada más alejado del espíritu liberal que la convicción de que no es necesario ventilar las ideas propias en la cancha del debate público. No hay mayor error en política que empecinarse en la suposición de que la narrativa propia es por definición superior a las demás. Esta práctica conduce a la esterilidad y a la consunción.

Examinemos dos declaraciones recientes del Presidente, “con la transformación o contra la transformación” y la denuncia del BOA. Vale la pena detenerse en sus palabras: “O somos conservadores o somos liberales, no hay medias tintas […] O se está con la transformación o se está en contra de la transformación del país”. En la segunda se refiere a la ya famosa, melodiosa y —gracias a él— celebrada BOA: “Me llega el documento, lo veo y yo ya sé que tienen ellos un propósito que es combatirnos políticamente y que si se agrupan y se ponen de acuerdo, y además lo expresan” (sic).

Estas declaraciones marcan un punto importante en el trazo continuo de la intolerancia que se dirige a la polarización de la que quisiera cosechar su mayor triunfo: la extinción de aquellos a los que por ahora llama adversarios. Como toda ilusión, el destino de ésta es el desvanecimiento. La primera declaración apela al monolitismo de un bloque contra otro: o estás conmigo o estás contra mí. El mensaje de destino doble: sus adversarios que ya están contra él y sus simpatizantes que lo critican, como es el caso de Jorge Zepeda. Podría creerse que más trató de fustigar a sus partidarios que a sus adversarios (no hay peor gorgojo que el de la milpa de uno), pero en la mañanera del 10 de junio se evidenció el escozor causado por una oposición que crece y prefigura un conjunto plural con potencial electoral. Además de no haber evidencia de la existencia del BOA, quedó desmentida cuando a confesión de parte un personero fue identificado como fuente del documento. Sin embargo, el Presidente siguió su propia finta y acusó de “ensaraparse” a las instituciones, organizaciones y personajes que él mismo agrupó en el fantasioso BOA.

Ver “compló”, conspiración o conjura dentro y fuera de sus filas en las expresiones abiertas, públicas y notorias de sus disidentes, sus críticos y sus opositores es el viejo truco que AMLO usa desde los tiempos de su juicio de desafuero cuando se reveló como el populista conservador que recurre impunemente, ahora como jefe del Estado, a la mentira vulgar y a la arenga barata para cerrar filas en una guerra que transcurre en su imaginación. Nadie, salvo él, está recurriendo a otros medios que los que la Constitución ofrece como herramientas legitimas de lucha política. Él mismo lo reconoció, “es legítimo” que lo hagan dijo, pero que no se escondan. Como si alguien lo estuviera haciendo.

Aparte de lo caricaturesco que son estos poco agraciados entremeses, son perjudiciales porque inyectan ponzoña en el cuerpo político, en el que si el grupo en el poder supiera y quisiera admitiría el debate y la polémica constructiva. El pequeño problema es que el debate y la polémica implican atención de las voces distintas —que, por cierto, son las más—, género que escasea en la 4T. La intolerancia de una “razón” contra todas las demás (a menos que se imagine existir en la Francia de Robespierre), es de conservadores, no de liberales, especialmente cuando muchas de esas otras razones no son antagónicas, sino inclusive amigas de los propósitos que se persiguen de dientes para afuera.



Académico de la UNAM.
@pacovaldesu

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