La democracia llamada “liberal” retrocede a causa de fuerzas “iliberales” y en ese retroceso se convierten en sistemas autocráticos. Esta es una antinomia que predomina en el lenguaje de la opinión y en los círculos académicos. Pero hay que preguntarse si el problema se agota en esas denominaciones generales. Entre las democracias “liberales” hay de todo. Según el índice de V-Dem en Iberoamérica hay solamente cuatro democracias liberales (Chile, Costa Rica, Uruguay y Surinam), tres autocracias electorales (El Salvador, Nicaragua y Venezuela) y dos autocracias cerradas (Cuba y Haití). El resto son democracias electorales (13 países) y entre ellas está México. Es probable que el próximo año el índice nos degrade a la segunda categoría, por haber perdido la independencia de la institución electoral y del poder judicial. Pero cuando se desciende a indicadores específicos los países tienen una gran variación de calificaciones y eso permite distinguir qué procesos operan en el sistema.
La “democratización en reversa” o el camino a la autocracia está bastante identificado en la opinión informada: 1. Los gobiernos fallan a la ciudadanía en cumplir las promesas hechas a la sociedad, especialmente las constitucionales. 2. Se produce un desapego de la ciudadanía por la democracia confundiendo al gobierno reiteradamente incumplido, incompetente y corrupto con el sistema, 3. Aumenta la preferencia por gobiernos autoritarios bajo el falso supuesto de que serán mejores que los democráticos, 4. Crecen fuerzas políticas que ofrecen “productos milagro” para “resolver” problemas a cambio de que se les entregue todo el poder, 5. Efectuar un cambio de régimen no democrático o híbrido presentado como más democrático que el que antes se consideraba democrático. Las cinco condiciones se cumplen en México.
¿Qué hay detrás de esto? Desde luego un entramado institucional mediocre e insuficiente, atado a las viejas costumbres autoritarias. Y algo más: una clase política y una ciudadanía que no se hacen cargo de sus responsabilidades con el sistema democrático que eligieron. Es el caso de México. Cuando apareció la “marea rosa” ya era demasiado tarde. Faltaron por igual la ciudadanía alerta, activa y medianamente informada, y la oposición a la altura de las circunstancias. De haber existido no se hubiera producido tal desmantelamiento de la democracia a manos de un ilusionista y su movimiento. La “ciudadanía” no tenía la intensidad que para el caso se hubiera requerido y la oposición perdió por mérito propio.
Cualquier nuevo proyecto democrático de organización política tiene que hacerse responsable de este hecho: ahí donde la democracia no llegó es donde el populismo autoritario hincó su pica. A muchas zonas de la vida nacional la democracia no llegó. Una de ellas es esa que John Stuart Mill llamaba “coherencia democrática”. El clásico liberal (convenientemente olvidado por los “liberales”) afirmaba en 1861 que ninguna democracia sobrevive sin salarios elevados y alfabetismo avanzado. En una sociedad con alta desigualdad, la democracia estará siempre en peligro. La transición democrática en México es coetánea de políticas de austeridad extrema y mengua del Estado como mediación distributiva. Esta decisión de las élites ha tenido efectos devastadores de desintegración, resentimiento y violencia. Tampoco las élites se hicieron cargo de reformar los sistemas educativo y de comunicación social para fortalecer la cultura democrática indispensable, sino que los dejaron en manos de sus antiguos verdugos: los sindicatos “magisteriales” y el oligopolio de la televisión, ambos cómplices inveterados del autoritarismo. Otro espacio al que la democracia no llegó es el del ejercicio del poder. Muchas formas del despotismo, corrupción e impunidad se mantuvieron incólumes escenificando un espectáculo neroniano. Todo conjugado ha llevado a que una gran parte de la ciudadanía con escasas convicciones democráticas se convirtiera a la religión autocrática que hoy gobierna.
Ninguna fuerza política de nuevo tipo con vocación post-autocrática puede avanzar sin reconocer su responsabilidad en el entuerto y tomar en serio que las inconsistencias democráticas solo se arreglan con más y mejor democracia; no con menos, como lo pregona la autocracia populista. Ahí puede haber vida.
Investigador del IIS-UNAM. @pacovaldesu