Para comprender el sexenio de López Obrador debemos elegir primero los lentes para mirarlo. La mirada desde el contraste entre lo que debió ser y no fue o entre lo que se impuso y no queríamos —algunos— que se impusiera ha sido ya cubierta por la mayor parte del comentariado. Las contradicciones obvias entre lo que se ofreció en campaña y lo que se hizo en gobierno más que enfatizadas. La militarización, el deterioro de la administración pública, la concentración de poder en la cúspide de la presidencia y la ruptura con las reglas escritas y no escritas de la democracia constitucional son parte del inventario.

Poco se ha buscado aprender del porqué de esta estrategia. El objetivo de AMLO fue cambiar de régimen político por las buenas o por las malas y como en el segundo trienio le falló el cálculo electoral, las baterías se enfocaron a obtener en 2024, por las malas, un triunfo avasallador de sobrerrepresentación ilegítima para completar en un mes lo que no consiguió en el segundo trienio: establecer el control hegemónico de los nervios de decisión del Estado.

AMLO y la élite de su partido tienen muy claro que la “transformación” no termina en la devastación de las instituciones democráticas y de contrapeso del Poder Ejecutivo, sino en la instauración de una supuesta “democracia popular” controlada por ellos. Guardada toda proporción de tiempo y lugar, se inspiran en el modelo político del Partido Comunista Chino.

La crítica al mal gobierno y la irresponsabilidad de la conducción de las políticas en rubros esenciales (educación, salud, energía, bienestar y seguridad) ha tenido sentido para alarmar a la opinión pública o, por lo menos, al sector de la “sociedad civil” moderna, aspiracionista y pro-demócrata. Pero no lo ha tenido para desautorizar la, llamémosle así, “gobernanza 4T”. Para eso se necesitan otros anteojos. Dicho de otro modo, se requiere desprenderse de la lente normativa de la democracia que han rechazado radicalmente los nuevos gobernantes para entender la visión desde la que actúan.

Los procesos de autocratización recorren en sentido inverso los caminos abiertos por las democracias liberales. El estandarte a la cabeza del embate lleva el lema del desprestigio sistemático del orden institucional existente haciéndolo responsable de todos los males habidos y por haber para exaltar el resentimiento del “pueblo” y modelar un votante mediano con preferencias diferentes a las del votante democrático. Este electorado es animado por disparos de dinero en efectivo y una capa de seguidores del líder a ciegas que propagan fanatismo. El proyecto de la 4T puede sintetizarse fácilmente: crear una instancia para apropiarse del monopolio legítimo de la violencia y de la administración pública, e inundar el espacio público de valores que alimentan un consenso autoritario alternativo al democrático. Lo primero va por la lealtad de las fuerzas armadas y la tolerancia a los “civiles” armados, beneficiarios de los “abrazos y no balazos” (“también son pueblo”). Simultáneamente se coloniza la administración pública con cuadros de Morena que siguen la consigna de detener las maquinarias que respondían a la normativa legal y constitucional y actúan a la inversa: no transparentar, desacatar sentencias y ordenanzas de jueces y órganos autónomos, violar abiertamente la Constitución y legislar contra ella, etc., y dedicar el grueso de su actuar a la política de transferencias de efectivo a poblaciones seleccionadas como clientela. El cambio de valores lo vemos a diario al transformar en valor apreciado lo que en democracia es antivalor: clientelismo, fanatismo y un mito fundador totalizante. Todo ello con la finalidad de crear una fuente de legitimidad alternativa a la democracia, pero llamándole falsamente “verdadera” democracia.

El motivo declarado para adoptar esta gobernanza autoritaria (o hegemónica si la quieren de color rosa gramsciano) es transformar un orden injusto, fin que no han logrado, sino alejado. La pregunta que deben hacerse los demócratas es cómo contrarrestar en lo inmediato esta estrategia y construir un proyecto que ofrezca realistamente la transformación del orden injusto por medios genuinamente democráticos.

Investigador del IIJ-UNAM.

@pacovaldesu

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