Las elecciones. La jornada electoral y sus consecuencias inmediatas revelan un desplazamiento del eje mayoritario de López Obrador y Morena a la oposición. Los datos del PREP revelan una diferencia de 5 puntos en la suma total de votos a favor de los 4 partidos que compitieron desde la oposición (PAN, PRI, PRD, MC). A diferencia de 2018, esta vez la mayor parte de los votantes manifestó su preferencia por un partido o coalición opuesta a la del Presidente. Si la elección se entiende como un referéndum (y en gran medida toda elección intermedia lo es), la mayoría rechazó a las políticas del gobierno, si bien Morena conserva un importante apoyo y sigue siendo el partido que más votos obtiene por sí solo (35.8 por ciento).
El INE ha mostrado una vez más su fortaleza como baluarte de la democracia mexicana y nos permite comprobar que las instituciones sí importan, a pesar de los torpedos que se le enviaron desde Palacio Nacional, redes sociales y partidarios misceláneos de la autocracia. Las y los ciudadanos que participaron como funcionarios de casilla mostraron una vez más el gran alcance de la llamada del INE a organizar y realizar las elecciones a pesar de los riesgos de la pandemia y la violencia.
El PAN se fortaleció, el PRI enflacó y la baja votación por el PRD revela que no hay una alternativa creíble de izquierda democrática que capture el “swing” de los electores arrepentidos de haber votado por Morena creyendo que apoyaban una izquierda democrática y progresista. Hay un gran vacío en ese espacio que podría ser ocupado por una izquierda comprometida con la justicia social y con la democracia y las libertades que sigue desdibujada.
El voto estratégico funciona y llegó para quedarse. El votante estratégico evade el “sincericidio” que significaría entregar el voto a opciones irrelevantes (aunque crea en ellas) y alimenta la imaginación política para estimular la oferta política. En el pulso de la opinión pública latente o manifiesta se mostró una tendencia que le fue indiferente al partido en el gobierno pero que capturó la alianza PAN, PRI, PRD (y quizás MC): la inconformidad con los impulsos autoritarios de la 4T, su desorden administrativo, su pobreza en políticas públicas racionales y progresistas, su negativa a la participación social en las decisiones de gobierno… Y el centro de gravedad de la insatisfacción es otra vez ese termómetro de futuro llamado Ciudad de México.
Las ilusiones. Se mantiene el atractivo de la pobre oferta política de AMLO-Morena para un grupo importante del electorado, especialmente en los estados en que triunfó. Resaltan los estados del Pacífico Norte en los que la penetración del crimen organizado es palmaria y levanta inmediatamente la pregunta de si el resultado es fruto de la política de “abrazos y no balazos” y, por lo tanto, un avance del narcogobierno en por lo menos 6 estados del norte del país.
El panorama de gobierno para los próximos tres años es sombrío. La Suprema Corte tiene el grave encargo de desechar la “ley Zaldívar” por inconstitucional. En caso contrario, daría luz verde a que la mayoría obradorista emita leyes violatorias de la Constitución, que ya quedó fuera de su alcance. Así, se degradaría al Poder Legislativo a mero productor de ordenanzas del Ejecutivo, una modalidad casuística del estado de excepción como técnica de gobierno. La democracia mexicana es un vaso medio lleno y medio vacío. La metáfora seguirá viva hasta que no abandonemos la ilusión de que el vaso se puede llenar con más de lo mismo.
No haber reconocido que AMLO-Morena son eso, una repetición de dos marcas del pasado: el autoritarismo del viejo régimen y la izquierda dogmática y oportunista que están dispuestos a unirse a la sombra del caudillo. La flamante democracia electoral que a todas luces es un cambio histórico de paradigma no puede crecer con una política encaminada a un futuro de cambio progresista porque las alternativas políticas para gobernar y construir un país renovado no dan con las nervaduras centrales del atraso de México: una burguesía rentista que se reacomoda camaleónicamente con “quien toque”, una cultura política fundada en la pobreza educativa de la mayoría de la población y en la reproducción de prácticas clientelares y patrimonialistas inveteradas que impiden la creación de una sociedad civil moderna.
Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.
@pacovaldesu