En sus mañaneras y discursos AMLO se dirige al “pueblo” como audiencia pasiva que únicamente se activa por su intermediación, como un ventrílocuo. La actividad del pueblo es la suya como gobernante. Más de una vez se ha referido a una parte de esa audiencia, los pobres, como “animalitos” a los que hay que dar de comer como mascotas (aquí el primer registro: https://bit.ly/3Ib0U8X). El pueblo y los pobres son una masa de ignorantes. Carecen de personalidad, de dignidad. No merecen respeto sino salvación mesiánica. Es lo que ofrece y cobra con votos. Tan convencido está de esa condición del pueblo que le ha llamado para que, agradecido, le dé a su partido una gran mayoría en las cámaras para hacer una Constitución autoritaria a su modo.
AMLO habla por el pueblo, que no tiene voz, pensamiento, palabra, opinión y juicio sobre las cosas. El pueblo es un ente enajenado que no puede conocer por sí mismo la realidad y su entorno. Nada más falso. Es cierto que la instrucción media en México es baja y mala. Es cierto que los medios masivos de comunicación alimentan la desinformación y el prejuicio y que muy pocos ofrecen espacio para la deliberación inteligente donde las personas comunes y corrientes hagan oír su voz sobre la vida pública y reciban buena información sobre la realidad y los problemas que les afectan.
Esta es la “epistemología” del populismo. Dirigirse al puebl o como audiencia que ha de repetir lo que dice el mesías. En esto es rampante la complicidad del aparato cultural predominante con sus dos componentes de medios masivos dedicados al “espectáculo” y ejércitos de activistas y bots auspiciadas por el mesías en las redes sociales.
El mecanismo funciona como conciencia colectiva: prejuicios, creencias, mitos, expectativas, magia y superstición religiosa que conectan al mesías con los que él cree sus mascotas. Mientras tanto se produce una escandalosa concentración de poder en él al que nadie entre los suyos se atreve a contradecir. Su papel es el de bocinas y estaciones retransmisoras. Los grandes intereses económicos, mediáticos, militares y políticos cuentan con el favor del poder y se ceban en esta espesa mezcla que hace posible más corrupción, más descaro, menos opciones alternativas de pertenecer y vivir en el espacio público. La esfera de poder así construida se dedica a hacer tabla rasa del pasado, y de toda otra fuente de referencia (la oposición, la prensa genuina, la crítica) como la representación del mal que ha causado todas las ofensas y agravios, todas las quejas y los padecimientos. Funciona casi sin fisuras. Es altamente eficiente. Pareciera que es imbatible pero no es cierto.
Quienes combaten esta forma de mando en aras del acceso plural de la sociedad al poder de decisión tienen dos opciones: o contradecir al mesías o desarmar sus herramientas fundamentales, aunque con el desperdicio del tiempo se van angostando. Frente a la 4t y su mesías se ha elegido contradecirlo. Un camino que se ha mostrado estéril para los críticos y rentable para del dictador en obra negra (¿o ya en obra gris?). El segundo, el desarme de las herramientas del autoritarismo populista con una visión alternativa, es la única opción productiva.
AMLO ofreció una utopía y produjo una distopía en la que el único poder que ha de contar es el suyo, no el del pueblo ni el de la ciudadanía. Para salir de la pesadilla no hay otra forma que la construcción de futuro asumiendo un supuesto y respondiendo tres preguntas. El supuesto es que Morena es un partido-gobierno autoritario que impone un proyecto y un pensamiento forzoso; no cabe en la democracia. Las preguntas: qué sociedad, qué economía y qué comunidad nacional pueden producirse incluyendo a todos intencionadamente. Parecen preguntas obvias pero no lo son. La democracia es la inclusión amplia del demos en las decisiones públicas y no su mutación en bestias y mascotas. ¿Se cuenta con agentes capaces de hacerlo?