El siglo XX culminó con la generalización de la democracia desplazando poderes dictatoriales y con mayor inclusión en las decisiones públicas de grupos previamente desplazados. Sin embargo, esos poderes autoritarios no desaparecieron, solamente se replegaron y, a la larga, se reorganizaron para recuperar el terreno perdido. Con su poder mediático y abundantes recursos para comprar lealtades han desplegado estrategias de degradación de la democracia. Es el caso de líderes populistas de signos aparentemente diferentes pero identificados por sus modus operandi como Donald Trump, Marine Le Pen, Vladimir Putin o AMLO. Los une la agenda hiper-nacionalista y conservadora que, sembrando el miedo, pretende detener la expansión de derechos políticos y sociales que se abrió junto con las democracias. De ahí la finalidad de concentrar el poder para evitar la deliberación amplia de la vida pública.
Al llegar al primer cuarto del siglo XXI, el retroceso que va marcando la autocratización en curso nos remonta al momento anterior al fin de siglo. Según el reporte más reciente de Variedades de la Democracia (https://v-dem.net/), hemos vuelto al estado anterior a 1990 cuando cayó el totalitarismo soviético. El número de personas que hoy viven en sistemas no democráticos o que han visto disminuir sus derechos democráticos alcanza al 71 por ciento de la población, un 48 por ciento más que hace 10 años y equivale a la situación de 1985. Por número de países, las democracias se han reducido a 91, mientras que las autocracias suman ya 88 y contienen a la mayoría de las personas.
V-Dem reporta que el modus operandi pro dictatorial consiste en 1) la censura a los medios, 2) la restricción de la libertad académica y cultural, 3) el acoso a periodistas, 4) el control electoral y 5) la represión a la sociedad civil. Este libreto lo siguen al unísono los populismos de todo signo y las respuestas de los partidos democráticos son débiles.
Esas cinco líneas de acción tienen por objeto que las sociedades que eran, o que empezaron a ser o bien intentaron ser sociedades libres y abiertas hacia el fin de siglo, se tendieran a cerrar a los valores democráticos e hicieran aceptables estados dictatoriales. América Latina no es, según el informe citado, el peor de los escenarios; en realidad, son Europa del Este, Asia central y del Sur y la mayor parte de África. Hoy en día la FSB (ex KGB), domina el gobierno en Rusia, en China Xi Jinping con 11 años en la presidencia concentra el poder a niveles nunca vistos, el mundo islámico cuenta con teocracias consolidadas. La acción internacional de estos ejes de la autocracia global se dirige a atraer cada día más grupos y más países a su esfera de influencia. Las acciones de China y Rusia en América Latina directamente o a través de sus aliados Cuba, Venezuela, y Nicaragua (y Brasil por distintas razones), apoyan decididamente a gobiernos en proceso de autocratización como México, que este año aparece por primera vez en el informe de V-Dem desplazándose de la democracia hacia la autocracia. Cientos de agentes de esos países actuando en México no me dejarán mentir. Por su parte Brasil juega con fuego en sus alianzas internacionales con las potencias autoritarias. Ambos son los países más ricos y poblados de Iberoamérica.
La formación del eje Moscú-Beijing-Teherán busca armar una hegemonía global en la que el ataque a las instituciones democráticas está en el centro de la contienda, como se desprende de las acciones orquestadas que llevan a cabo para descarriar la democracia en Estados Unidos y Europa promoviendo la elección de Trump y la invasión de Ucrania, entre otras medidas. La agresiva diplomacia de inversiones de China y las alianzas de Rusia en América Latina deben ser vistas en este contexto.
Las elecciones de 2024 en 60 países serán el tablero de juego de la autocratización o resistencia de las democracias. Si no se movilizan los votantes por la democracia, avanzaremos hacia las dictaduras.