En su Breve historia de la igualdad, Thomas Piketty afirma que entre 1700 y 1980 se produjeron dos grandes saltos en la naturaleza del estado fiscal. El primero fue elevar impuestos para la guerra y el segundo, que se produjo entre 1914 y 1980, cuando “el crecimiento del Estado fue impulsado por los gastos en bienestar social. […] Esta ampliación sin precedentes del papel del Estado tuvo lugar principalmente en beneficio de las clases bajas y medias, y en gran medida bajo su control, o al menos bajo el de los movimientos políticos que las representaban y que habían elegido, en condiciones totalmente inéditas en la historia.” Piketty concluye que este cambio produjo una “revolución antropológica doble. Por primera vez en la historia a esta escala, el Estado escapó al control exclusivo de las clases dominantes. Fue el resultado del sufragio universal, la democracia parlamentaria y representativa, el proceso electoral y los frecuentes cambios de poder entre los diferentes partidos políticos, todo ello espoleado por una prensa independiente y el movimiento sindical. Este sistema político sigue siendo eminentemente perfectible, si es necesario mediante importantes revisiones constitucionales, pero todo el mundo sabe ahora que el progreso debe emanar de raíces igualitarias y de la democracia electoral. El reconocimiento de este hecho en los años 1970-1980 contribuyó a la deslegitimación final del contramodelo comunista: si éste produce a la vez menos libertad política y menos bienestar social y económico, entonces qué caso tiene. La segunda lección es que es posible superar no sólo el gobierno censitario, sino también el capitalismo y la mercantilización generalizada”.
Esta reflexión deriva de una de las investigaciones científicas más serias sobre el papel de los estados frente a la desigualdad, y desmiente categóricamente la mentira que el obradorismo —y otras autocracias de izquierda y derecha— aducen para desmantelar el Estado y las instituciones democráticas en aras de concentrar el poder en nombre del “pueblo” y ejercerlo por un puñado de individuos, por una nueva oligarquía.
La historia de la democracia está marcada por esta tensión desde su origen en la asamblea de las tribus hasta nuestros días. Esta tensión consiste en experimentar si esa forma de gobierno hace o no hace posible el cambio social pacífico. Hoy suponemos que al tener como última fuente de legitimidad la soberanía popular y si esta lo decide, en efecto puede cambiarse democráticamente la organización socioeconómica. El supuesto es correcto, pero su realización exige su correcta implementación mediante procesos de deliberación que son incompatibles con la imposición aplastante de una de las partes. La idea moderna de la soberanía popular está basada en dos principios; 1) que en la esfera pública todos los ciudadanos son iguales entre sí y 2) que las decisiones se adoptan por mayoría. De hecho, el primero (igualdad) es la fuente del segundo (mayoría). El derecho universal de todos los ciudadanos a elegir y participar en los asuntos de gobierno se conquistó cuando se alcanzó el reconocimiento universal de la igualdad. La mayoría es legítima si respeta la igualdad política y deja de serlo cuando se impone.
El mantenimiento de la igualdad política es la garantía elemental de la libertad para conseguir derechos y ejercer las obligaciones que los acompañan. Nada hay más democrático que el derecho a decidir sobre los asuntos públicos en condiciones de igualdad política, y uno de esos asuntos es, precisamente el de las causas sistémicas de la carencia extrema o crónica de unos grupos frente a otros que no se pueden paliar sin cambios profundos.
Por eso la reforma de las instituciones representativas es indispensable para la justicia, la legalidad y el buen gobierno. Pero la clausura, la degradación y el monopolio político de estas instituciones, como lo quiere Morena, repetirán lo peor de nuestra experiencia en el siglo XX: impedir el cambio social e incrementar el autoritarismo y la represión (ver Venezuela). La reforma democrática será siempre superior a la deformación autoritaria, y lo vamos a probar.
Investigador del IIS-UNAM.
@pacovaldesu