Condenar a la prensa, a los críticos independientes, a la academia, a las organizaciones de la sociedad civil por discrepar del parecer del Presidente; anatemizar a la oposición por cumplir con la esencia de su papel que es, precisamente, oponerse y proponer alternativas al gobierno; reprobar las discrepancias de los gobernadores o poner en duda la validez de las decisiones del Poder Judicial es suplantar a la República con la visión excluyente de un partido que no tiene más voz que valga que la de su dirigente supremo.

Decía Rousseau que la democracia y la representación son incompatibles. Si se elige un representante es porque se ha cedido la soberanía y se la ha entregado a la voluntad de un amo. De ser así, la única democracia posible sería la que ejerce directamente el ciudadano decidiendo día con día cada asunto de gobierno que le atañe en el contrato social, lo cual es imposible. Con su pasión por arrancar la soberanía a la monarquía para entregarla al ciudadano, el gran teórico precursor de la Revolución Francesa encalló en los ásperos arrecifes del error. Al igual que a Marx, seguidor inconfesado del error del ginebrino, el futuro lo desmintió. La interacción entre democracia y representación por la vía del parlamento, del diálogo, de la presencia pública de cada vez más grupos sociales fue extendiendo a ambas hasta abarcar al pueblo trabajador, bestia negra de los defensores de la representación aristocrática y héroe trágico de los adoradores de sujetos de historias predestinadas. En cambio, los proletarios sin adjetivos incorporaron el sufragio al repertorio de lucha distributiva y así legalizaron su derecho a transformar el capitalismo, tarea incesante y aún prometedora. Gracias a esa interacción entre democracia y representación a lo largo de dos siglos, todos los adultos mayores son electores con igualdad de voto. ¿Parece poca cosa?

La mayor parte de los sistemas autoritarios erigidos en nombre de entidades abstractas (la burguesía, la nación, el partido, el pueblo, el proletariado…) han cedido al paso imperioso de la siempre imperfecta democracia representativa. Genera grandes resistencias porque repudia ineludiblemente los deseos finalistas de las vanguardias por atrapar la vida social en sus odres mentales envejecidos. La democracia representativa es un sistema abierto en permanente configuración de la voluntad colectiva y los derechos acumulados. Ninguna “verdad”, ningún dogma la puede colonizar y cuando lo hace deja de ser democracia y se confina a la representación fraccional de las oligarquías o los populismos. De ahí su debilidad y su fortaleza. Cuando se debilita puede caer en manos de corsarios que la convierten en botín. Cuando es fuerte ofrece el mejor camino para la transformación económica y social y para su propia evolución. No hay terreno más firme para la transformación que la democracia robusta; las pruebas abundan en la historia.

La disyuntiva no admite medias tintas. O se acepta que la democracia representativa es una lucha continua y contingente o se le combate para imponer utopías regresivas, como bautizó Fernando Henrique Cardoso a los delirios mesiánicos latinoamericanos. No hay camino intermedio. La primera opción admite que cuando falla el edificio institucional de una democracia concreta debe autocorregirse, mientras que el segundo atribuye las fallas a la democracia en sí y prefiere sustituirla por otra cosa que eufemísticamente llama democracia, pero que no es sino tiranía.

Es paradójico que ante el desplome intelectual y moral del fundamentalismo mercantil que dominó el pensamiento y la política económica durante 40 años, y justo cuando la legítima reacción mayoritaria dio un giro radical de partido de gobierno, resulte que el método de gobernarnos en libertad que nos permitió ese giro sea degradado y eventualmente anulado. Esto sería el fin del derecho ciudadano a decidir sobre el futuro.

Fincar la transformación en dogmas indiscutibles cancela el diálogo y hace exactamente lo mismo que hizo el neoliberalismo: cubrir de desprestigio ideológico a toda aquella alternativa que no coincida con el dogma con que recubre y blinda su despliegue de poder. Es recurrir a las herramientas carentes de validez intelectual y moral que usó el adversario para impedir la libertad de elegir la alternativa que hoy gobierna. ¿Entonces en qué consiste eso de “no somos iguales” si buscan la unanimidad y el silencio? ¿Así dialoga la 4T?



Académico de la UNAM.
@ pacovaldesu

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