López Obrador llega al poder en 2018 con el gran apoyo de un pueblo indignado por la corrupción, la violencia y la impunidad desbordada. A diferencia de otros países, la irritación se canalizó por los votos y no por la violencia en las calles, a través de un proceso electoral impecable, de excepcional amplitud.

AMLO debe reconocerse como un formidable líder político, con las dotes de otros famosos populistas. No es gran orador, no emociona, pero convence por su manejo llano y directo del lenguaje. La mañanera es una innovación mediática, fija la agenda política, aunque fuente de desgaste por errores, contradicciones y polarización innecesaria; cuando no sabe, inventa “verdades alternativas”; manejo de símbolos atractivos al pueblo: aprobación envidiable del 60%.

Las grandes características del primer año fueron: 1) Preservó la estabilidad económica, a través de finanzas sanas, baja inflación, el súper peso a $19.00, paradójicamente aplicando una clara política neoliberal que el Presidente tanto fustigó. 2) Estancamiento económico. Se pasó de un compromiso de crecer en 2019 al 4%, a una realidad de sólo el 0%. 3) Privilegió la relación de “entendimiento” con Estados Unidos, apresurando la negociación del nuevo TMEC y aportando contención de flujos migratorios, mediante nuestro “muro humano”. Una política exterior de “apaciguamiento”. 4) Inseguridad, sonoro fracaso, con los mayores índices históricos de violencia, cerca de 40 mil muertos y el mayor desprestigio internacional, con el fallido operativo del Chapito y la masacre de la familia LeBaron. Total carencia de recursos y de estrategia, sustentada en “abrazos y besos”. 5) Los graves errores de la cancelación del megaproyecto de Texcoco, los despilfarros de la seguramente fracasada solución de Santa Lucía y de la refinería de Dos Bocas. Los aciertos son de sus ministros competentes (SRE y SHCP); los errores de la “ineptocracia” (Energía, SCT, la nueva Secretaría de la “Inseguridad”) y las omisiones de las secretarías “fantasmas” (Economía…). Disfuncionalidad administrativa por confusión de funciones.

La 4T se sustentó en 10 políticas. Ejes fundamentales relacionados son: el combate a la corrupción, con acciones emblemáticas contra Lozoya y Robles, carentes de un “sistema” y otorgando obra pública por asignación directa sin licitación. La austerocracia “republicana” ataca evidentes despilfarros y genera importantes ahorros para el gasto social, pero amputa cuadros técnicos de la administración pública, con serías consecuencias para la operación.

Pretende crear un nuevo “sistema de bienestar social”, pero a través de un “catálogo de programas dispersos” que van de adultos mayores a siembra de árboles, en lugar de estructurar un “sistema” de seguridad social universal. Más allá de dar becas, la carencia dramática de una reforma educativa, cancela nuestro porvenir. Atinado aumento del salario mínimo.

Se dio un lamentable proceso de destrucción institucional, como desprestigiando la Comisión de Derechos Humanos; “deformando” la democracia por artificios, como la revocación de mandato; desequilibrando la división de poderes y debilitando el Estado de derecho, eliminando garantías a los derechos de propiedad. Todo afecta a la confianza.

2019, el primero de la 4T, ofreció algunos avances; los rasgos del populista: buen diagnóstico, pero políticas equivocadas; buenas intenciones, malos resultados. Se quedó corta en contenidos que signifiquen “transformar” y no “destruir”, por ello, es sólo una “t” minúscula, muy lejos de las otras Ts, y más bien atenta contra el Estado laico juarista, el apostolado democrático de Madero y el nacionalismo de Cárdenas.

AMLO tiene, para 2020, la oportunidad para impulsar la gran transformación que el país requiere. Pero para ello necesita rectificar y redefinir muchas políticas y cambiar colaboradores, si no sufriremos otro gran retroceso histórico.


Exembajador de México en Canadá.
@ suarezdavila

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