Soy un convencido de que la mejor opción de conectividad que tenía el país era la conclusión del denominado Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, particularmente por lo que se refiere a su capacidad de interconexión, toda vez que entre 20% y 30% del tráfico que pasa por el Aeropuerto internacional de la Ciudad de México (AICM) es, precisamente, de personas que al no disponer de vuelos directos entre un par de ciudades, se ven obligadas a realizar su desplazamiento haciendo una escala en dicha terminal.
Por otro lado, en un país con severas limitaciones de disponibilidad de infraestructura, el inicio de operaciones del Aeropuerto internacional Felipe Ángeles (AIFA) debe verse como un acontecimiento positivo. Con ello, y con la significativa reanudación de operaciones comerciales en el aeropuerto de Toluca, se constata que el gobierno federal optó por un sistema metropolitano de aeropuertos, concepto que, por cierto, parece no utilizarse mucho en los últimos meses.
Algunos de mis amigos que conocen con profundidad del tema de la aviación me dicen que, en términos generales, el AIFA es una buena infraestructura que tiene una importante capacidad de expansión, sin dejar de expresar, adicionalmente, la tan mexicana expresión de ‘pues es lo que hay’ y, como seguramente por mucho tiempo más no habrá de otra, tanto las líneas aéreas como los pasajeros tendremos que adaptarnos a esas condiciones.
Ahora bien, en este estado de cosas y desde un punto de vista del sector turístico, es necesario dar la prioridad que merece la operación de los aeropuertos antes mencionados, acelerando las obras para mejorar la accesibilidad al AIFA y no descuidando el mantenimiento y la operación del AICM. No sobra mencionar que la degradación de la autoridad aeronáutica civil del país por parte del gobierno estadounidense es un obstáculo real que inhibe la internacionalización del AIFA, además de afectar notablemente la operación de las líneas aéreas nacionales.
Sobre el primero de los dos puntos antes mencionados, llama la atención que siendo el AIFA un proyecto prioritario para el presidente Andrés Manuel López Obrador, no se hayan podido concretar las obras señaladas. Este aspecto no sólo tiene que ver con la comodidad de los viajeros, sino también con los costos adicionales que deben erogar quienes, aparentemente, disponen de vuelos más baratos utilizando esta terminal aérea; baste decir, por ejemplo, que el servicio de taxi entre el AICM y el AIFA es cercano a mil pesos. Es claro que hay dependencias que no han hecho la tarea.
Del otro lado, el descuido en que se tiene el AICM y las incomodidades que deben sufrir los usuarios son el pan nuestro de cada día. En días pasados, por ejemplo, una de las empresas autorizadas para el servicio de taxis suspendió sus operaciones, según me dicen, por la falta de algunos pagos y la autoridad competente (evidentemente, es un decir) brilló por su ausencia, lo que obligó a los usuarios (yo uno de ellos) a esperar por un servicio más de una hora, ante la falta de un parque vehicular capaz de atender las necesidades de la demanda en esta que es (o debiera ser) la principal puerta al país.
Es cierto, en el complejo escenario que vive el país en el que los retos se multiplican en diferentes frentes, como la inseguridad, el limitado crecimiento económico y la lacerante inequidad de oportunidades, la situación que viven los aeropuertos de la Ciudad de México pudiera parecer tema de un nimio interés. Sin embargo, el turismo y la aviación son instrumentales para impulsar el desarrollo social y económico del país y, en consecuencia, vaya que la atención a la mejora de la capital del país reviste la mayor importancia.
Finalmente, y aunque me puedo equivocar, tengo la impresión de que las estadísticas del AIFA, además de publicarse tardíamente (ayer, por ejemplo, no estaban todavía disponibles las de octubre en su sitio web) no están siendo consolidadas en el conjunto de la información del reporte de aeropuertos de la Agencia Federal de Aviación Civil… Extraño, a mi parecer.
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