Escribo estas líneas desde París, capital del que se dice es el país más visitado del mundo. Es mi primer viaje al continente europeo desde el inicio de la pandemia, momento en el que, justo, también me encontraba de este lado del charco. Desde la perspectiva de quien tiene al turismo como centro de su actividad profesional, la experiencia es fascinante.
La condición extrema que hemos vivido durante estos últimos meses hace que cada momento de este viaje sea fascinante. En este sentido, parece pertinente recordar que, muy probablemente la actividad económica más afectada, producto de la crisis sanitara es, precisamente, el turismo, toda vez que la contención (en la medida de lo posible) de la movilidad humana ha sido uno de los caminos para evitar la propagación de este coronavirus.
De acuerdo con lo anterior, la especulación en torno al futuro del turismo ha estado a la orden del día, e incluye aquellas voces que proclaman un cambio de paradigma en el que se afirma que las personas privilegiaran los viajes hacia espacios cercanos, en entornos naturales y limitando el contacto con otros viajeros, de forma tal que se eviten los desplazamientos a sitios muy concurridos.
En mi opinión, si bien es de esperar que al igual que luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001 se presenten cambios estructurales en la industria, el corazón de la actividad turística, es decir, los viajes de placer que representan alrededor de la mitad de toda la demanda internacional, para bien o para mal, se mantendrá de manera muy parecida a lo que conocemos, particularmente, por los formidables avances en materia de vacunación.
Es cierto que hasta ahora para ingresar a Francia se mantiene la necesidad de mostrar un certificado de vacunación (que por cierto, en mi caso, nunca he podido obtener, aunque con las constancias respectivas fueron suficientes). También se requiere un pasaporte sanitario (que obtuve en 10 minutos en una farmacia, luego de una prueba rápida) para acceder a los trenes, aeropuertos, restaurantes, museos y otros espacios cerrados. No obstante, claramente, este requerimiento, que, por cierto, es rechazado por parte de la sociedad francesa (problemas de primer mundo, yo diría), será superado en no demasiado tiempo. En estos mismos lugares permanece la obligatoriedad del uso de cubrebocas, pero en los espacios abiertos se aprecia que esta condición va siendo superada.
Los puntos de interés turístico van siendo tomados por multitudes de turistas con la notoria ausencia, por ahora de viajeros asiáticos, y las voces de Babel se reproducen, con claridad, en esta capital del turismo mundial.
¿Por qué la recuperación del turismo en el mundo será tan rápida? Me parece que atrás de ella y al menos en este componente de los viajes de placer, subyacen importantes condiciones, tanto de oferta como de demanda. Por el lado de la oferta, con independencia de las millonarias pérdidas (que nadie repondrá) y de los millones de empleos y de empresas desaparecidos, se puede destacar la enorme capacidad de adaptación que han demostrado empresas y destinos, entendiendo a sus clientes y adoptando con celeridad los protocolos sanitarios respectivos, así como el hecho, fundamental, de la enorme inversión que al paso del tiempo se ha apostado en millones de empresas turísticas. Del lado de la demanda incluiría tres aspectos: la certeza de que los viajes son parte del estilo de vida de las sociedades contemporáneas; la fatiga sicológica producto de un largo confinamiento que impulsa a la evasión propia de los viajes; así como el hecho de que a pesar de la crisis económica asociada a la pandemia, una parte importante de la población acumuló ahorro, por el cambio en los patrones de compras de los últimos meses, y está dispuesta a canalizarlo en consumos turísticos.
Mas allá de que nos guste o no, tengo la convicción de que quienes recientemente predijeron la muerte del turismo masivo, una vez mas se han equivocado: este cadáver se encuentra en franca recuperación y muy pronto gozará de cabal salud.
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