Uno de los atributos que caracterizan a la industria turística (o al menos eso se decía antes de la pandemia) es su extraordinaria capacidad de resiliencia, no obstante su vulnerabilidad ante ‘shocks’ de naturaleza diversa ya sea económicos, políticos, fenómenos naturales y un larguísimo etcétera, dentro de los que se incluirían, los efectos de epidemias, como la del SARS, ocurrida en 2003. De hecho, la década inicial del siglo que vivimos fue la primera vez, desde la Segunda Guerra Mundial, en la que en un periodo de 10 años, se registraron tres contracciones interanuales en las llegadas de turistas internacionales en el mundo: en 2001 como consecuencia de los ataques terroristas en Estados Unidos, la ya mencionada epidemia de SARS en 2003 y la que ocasionó la Gran Recesión de 2008, cuyos efectos se materializaron en el siguiente año. No obstante, lo anterior, en unos pocos años el turismo ha recuperado la senda del crecimiento, así, en la década 2010-2019 la tasa media anual de crecimiento de turistas internacionales superó la de las tres décadas previas.
Muchos son los argumentos que explican esta fortaleza, pero en nuestra opinión hay dos que se destacan tienen que ver con el hecho de que los viajes son parte del estilo de vida de las sociedades posmodernas, por el lado de la demanda y, por otra parte y en una perspectiva de oferta, se debe señalar el gigantesco aparato industrial que se ha establecido para atender las necesidades de los viajeros en el mundo. Un botón de muestra de ello es la existencia de cerca de 20 millones de habitaciones hoteleras, además de la existencia de un enorme número de otras opciones de alojamiento; tan sólo la autodenominada plataforma digital de distribución Airbnb, señala la existencia de alrededor de 4 millones de anfitriones.
De acuerdo con esta hipótesis, una vez que las restricciones a la movilidad –que han caracterizado los meses recientes– sean superadas, es de esperar una importante reacción de la demanda, impulsada de manera adicional por el hecho de que los viajes pueden ser un bálsamo al confinamiento y a la fatiga sicológica que se ha experimentado desde principios de 2020; por otro lado, los intereses empresariales volcarán toda su energía en recuperar los ingresos perdidos y habrán de ingeniárselas para mantener una operación renovada, en un entorno en el que no se pueden descartar cambios estructurales en el comportamiento de los viajeros.
En México es posible identificar señales de este comportamiento, como el hecho de que en mayo de 2021 se han recibido más turistas por vía aérea procedentes de Estados Unidos, que los que se registraron en el mismo mes de 2019. Ciertamente, la recuperación no tiene la misma fuerza en todos los mercados y en todos los destinos, pero, en términos general, sí que es posible identificar una tendencia de recuperación muy importante. Uno de los segmentos más afectados y que podría tardar mucho tiempo en recobrar los viajeros perdidos es el del turismo de negocios, ya sea por viajes individuales o de reuniones.
Todo esto en un escenario que se vuelve a enrarecer en la medida que toma forma una tercera oleada de la pandemia en territorio mexicano y en la que el turismo está siendo uno de los vectores críticos de la propagación. En este verano no es exagerado decir que quienes forman parte de la industria turística del país, contienen la respiración esperando que los semáforos epidemiológicos no se salgan, repentinamente, de las actuales condiciones.
Reconocimiento OMT
Más allá de que los empresarios turísticos del país querrían conocer los elementos de la política turística que llevaron a la Organización Mundial del Turismo, en días pasados, a hacer un reconocimiento a México en este tema, sin duda debe verse como algo positivo que el Secretario de Turismo, Miguel Torruco, haya logrado que el Presidente Andrés Manuel López Obrador recibiera en Palacio Nacional al secretario general de esta agencia de las Naciones Unidas. Ojalá que en esta conversación el funcionario internacional le haya transmitido al Presidente, las razones por las que los gobiernos deben apoyar con todo a una industria que genera enormes beneficios tanto en lo económico como en lo social, pero que se encuentra inmersa en un entorno de intensa competencia global.
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