Si se realiza una lectura del Plan Nacional de Desarrollo de esta administración en busca de claves para perfilar su política turística, esta se reduce, de manera explícita, a la construcción del Tren Maya. En aras de realizar un balance objetivo del desempeño del turismo nacional en los últimos años, parece insuficiente la valoración de resultados alcanzados en esa planificación.
Evidentemente, el brutal impacto de la pandemia desencadenó un impacto significativo en el comportamiento turístico del país, que a pesar de su sólida reactivación a partir de la segunda parte de 2021, dejó efectos difíciles de olvidar que inciden en el saldo turístico de estos años.
En la integración del producto turístico, el carácter singular de la actividad demanda la suma de bienes y servicios públicos y privados. Por ello, se habla de que la política turística requiere, desde la perspectiva pública, de una acción transversal en la que no sólo concurren dependencias federales, sino también la participación desde el orden local, tanto estatal como municipal.
En todo caso, del lado de los aspectos favorables en la actuación del gobierno federal –que ciertamente los hay– se deben destacar aspectos que han tenido un efecto positivo en la actividad turística, de manera directa o indirecta.
Sin dejar de considerar que pudiera haber agravado los efectos de la pandemia como un vector de contagio del coronavirus, sin duda la decisión de mayor beneficio para el turismo, al menos en su componente internacional, fue no haber impuesto restricciones a la internación de viajeros, lo que no solo permitió la acelerada reactivación del sector, sino que impulsó un incremento en la participación en el mercado norteamericano, que se mantiene pese a una desaceleración reciente.
Seguramente, y con todas las controversias que se han suscitado al respecto, el desarrollo turístico siempre requerirá fortalecer la infraestructura, en la que se deben contar el recién inaugurado aeropuerto de Tulum, el aeropuerto Felipe Ángeles –aunque muchos pensamos que hubiera sido mejor haber concluido el aeropuerto de Texcoco– y el eventual inicio de operaciones del Tren Maya. Sobre éste, es difícil imaginar que la inversión se recuperará en el tiempo e incluso quedan dudas sobre la rentabilidad en su operación; sin embargo, la obra parece no tener marcha atrás y uno de los desafíos es la necesidad de aprovechar la inversión pública realizada y por ejercer.
Por otro lado, y sin dejar de tener en cuenta los retos que las empresas del sector han asumido en un escenario de alta inflación, que presiona del lado de los costos por la relativa debilidad de la demanda, a tono con las implicaciones propias de un gobierno de corte social, como el de la 4T, algunos de los más importantes efectos positivos impulsados por esta administración se inscriben en dos importantes reformas en materia laboral (quedando pendientes las definiciones que puedan ocurrir si se aprueba disminuir la semana laboral de 48 a 40 horas) que fortalecen el mercado interno de manera estructural, sin depender de subsidios; evidentemente, nos referimos a los sostenidos incrementos a los sueldos mínimos y al aumento en los días de vacaciones.
Del lado de los retos pendientes de atención, los dos más urgentes son los referidos a las condiciones de inseguridad que prevalecen en diferentes destinos turísticos, sin dejar de reconocer que México sigue siendo visitado por decenas de millones de turistas extranjeros, por un lado, y por otra parte, a la necesidad de recuperar la intervención pública federal en la promoción turística del país, con inversiones relevantes.
En línea con los adelantados tiempos políticos que se viven, estos dos puntos deberán ser parte fundamental de la agenda turística de los años venideros.
Director del Centro de Investigación y Competitividad Turística (Cicotur) Anáhuac
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