Sin duda, en un país con rezagos tan grandes en la materia, debemos felicitarnos y dar la bienvenida a una infraestructura como la que representa el tendido ferroviario en el sureste mexicano y su aprovechamiento a través del Tren Maya. Es muy probable que estas obras permitan un fortalecimiento en la conectividad de la región, para beneficio de sus habitantes, y contribuyan a distribuir flujos turísticos que actualmente se concentran en destinos del norte del Caribe mexicano.
En particular, pienso que, de resolverse el acceso cómodo, seguro y con tarifas razonables a las estaciones ubicadas en el corredor Cancún-Tulum, habría efectos muy positivos para el flujo de trabajadores y turistas.
Es entendible la urgencia política por acelerar la inauguración de la obra y el inicio de operaciones del nuevo servicio ferroviario. Más allá de ello, dado el avance en los trabajos y la prioridad que se le ha concedido, es de esperar que en algunos meses se normalicen los servicios.
Esto no quiere decir que no haya importantes retos para este proyecto a futuro, habida cuenta de que la mayor parte de los montos de inversión que se requirieron ya fueron ejercidos o parecen estar etiquetados para ello.
En primer término, y a diferencia de lo que sucede, por ejemplo, con los trenes en Europa, las estaciones no se localizan al interior de poblaciones relevantes, como ya se mencionó para el caso del tramo Cancún-Tulum, por lo que la movilidad eficaz y eficiente en el acceso a estas terminales es un tema crítico.
Un segundo aspecto que seguramente ya estará en el radar de alguien, es la variable comercial, pues, necesariamente, los boletos para el Tren Maya deben ser fáciles de adquirir en el sofisticado entorno que hoy caracteriza la distribución de productos y servicios turísticos en el mundo. En este punto, no deberían dejar de considerarse las opciones de multimodalidad, que permiten la combinación del transporte aéreo y el terrestre.
De mucho mayor calado es el proceso de planificación (y ejecución) que debería acompañar al proyecto ferroviario a fin de incorporar de manera sostenible a las poblaciones que estarían contado con una nueva condición de accesibilidad y que podrían consolidarse como destinos turísticos. La experiencia demuestra que, con gran facilidad, se puede caer en un gran desorden urbano y en un proceso de alta especulación si no se logra regular y anticipar el uso de la tierra, con el debido acompañamiento de la dotación de infraestructuras y servicios urbanos.
Hoy, este debería ser un tema presente en la propuesta de agendas de quienes participen en la contienda electoral de 2024. México no se puede dar el lujo de no aprovechar esta descomunal inversión pública.
No creo que haya nadie que pueda poner en tela de juicio el trascendental papel que desempeñan las fuerzas armadas en la salvaguarda de la seguridad nacional y en muchas otras tareas de la vida nacional. Yo estoy seguro de ello y, por eso, pienso que no deberían ser distraídas en la operación de este tren y de otros servicios turísticos, por lo que eventualmente se debe dar paso a la creación de una agencia de naturaleza pública, sí, pero no castrense, para gestionar la operación del Tren Maya.
Seguramente habrá muchos otros asuntos que deberán atenderse ante este proyecto. Dentro de ellos me parece que quedan dos pendientes de la mayor importancia: la manera en que se lidiará con los impactos del daño ambiental que se ha reportado en la construcción del tendido ferroviario que, además de suponer una afectación, acaso no reversible a los ecosistemas, podría acarrear un veto a los viajes a México en algunos mercados con alta sensibilidad a las causas ecológicas. Del otro lado, quedará para el balance de la administración el análisis de los costos de oportunidad del proyecto. Algunas zonas del país disfrutarán de muchos beneficios, pero quedará pendiente valorar si hubiera existido una mejor manera de utilizar alrededor de 500 mil millones de pesos que implica esta iniciativa.
Director del Centro de Investigación y Competitividad Turística (Cicotur) Anáhuac
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