El pasado sábado se cumplió un aniversario más de los trágicos atentados del 11 de septiembre de 2001. El mundo es diferente desde esa fecha y, en consecuencia, el turismo vivió cambios luego del derrumbe de las Torres Gemelas.
Como se anticipaba en los momentos de incertidumbre que sucedieron a los ataques, algunos de los cambios que enfrentaría el turismo tomarían un carácter estructural y otros se limitarían a una condición de carácter coyuntural.
Dentro de los cambios estructurales destaca la transformación del paradigma de la seguridad aérea cuyos nuevos estándares han acarreado inacabables molestias a los viajeros, así como una descomunal cantidad de horas ‘perdidas’ por el tiempo de antelación con las se debe acudir a los aeropuertos para el abordaje.
De igual forma, la modificación de plazos de anticipación en las reservas de un viaje cambió, haciendo que estos periodos se volvieran más cortos de lo que eran.
Los meses que siguieron a los atentados, las personas modificaron sus hábitos de viajes, privilegiando los de distancias cortas, de manera terrestre y hacia destinos conocidos y, por ende, confiables.
El recuerdo de estos hechos es pertinente porque de manera similar, los viajes en los tiempos pospandemia conllevarán transformaciones, algunas de ellas con carácter de corto plazo y otras podrían suponer cambios estructurales. En lo que se refiere a efectos coyunturales, tenemos la búsqueda de viajes a espacios abiertos y, nuevamente, la preferencia por rutas a destinos cercanos, privilegiando los desplazamientos terrestres.
Conforme pasa el tiempo se vislumbran, también, aspectos que podrían suponer nuevas tendencias para los viajes, como la priorización de las garantías de inocuidad sanitaria, una significativa aceleración en la digitalización de la industria y modificaciones sustantivas en pautas de comportamiento de algunos segmentos del mercado; particularmente, hay incógnitas en lo que se refiere al futuro de los viajes de negocios individuales y los de asistencia a una reunión, como congresos o convenciones.
Se cree que las reuniones regresarán, aunque a un ritmo lento y con una condición de modalidad híbrida que podría durar mucho tiempo; por el lado de los negocios individuales es posible que una parte de estos nunca se reponga, pues las empresas —y clientes— han aprendido que más allá del importante contacto humano, la tecnología permite encuentros de negocios virtuales a un bajo costo y que los sistemas de distribución de bienes y mercancías se han multiplicado.
En todo caso, las consecuencias para el turismo dese aquel 11 de septiembre, como las de la epidemia de SARS de 2003 y de la Gran Recesión de 2008-2009, dejan una lección que alimenta importantes esperanzas ante la actual coyuntura y es que los viajes son parte del estilo de vida contemporánea. Esta idea que puede ser sencilla o acaso una obviedad, de ninguna manera puede subestimarse, pues ese hecho está atrás de los alrededor de 10 mil millones de viajes que en un año normal realizan los seres humanos, desplazándose fuera de su lugar de residencia habitual.
De esta forma, y si bien la contracción de la movilidad humana alcanzó proporciones inimaginables en los peores meses de la pandemia, si la hipótesis de que los viajes forman parte del estilo de vida de las sociedades contemporáneas es correcta, entonces, una vez que se superen las restricciones a la movilidad es de esperar una importante recuperación de la actividad turística, con todo y las transformaciones que experimentará.