Arribamos a la tercera década del Siglo XXI con un preocupante desencanto democrático. El modelo económico de producción imperante: la globalización sigue su marcha y atraerá peligrosas tempestades. Pandemias y regresiones autoritarias.

Hace casi treinta años, más de cien países con democracias formales pero en los hechos regímenes autoritarios como el mexicano se inscribieron en la democracia de mediana intensidad para ser incluidos en el club de los intercambios comerciales.

México tuvo que mirar para el Norte y, Los Estados Unidos y Canadá después de muchos requisitos impusieron una cláusula democrática para poder firmar el tratado de libre comercio de América del Norte.

Indiscutiblemente, México emprendió una serie de medidas legislativas y reformas constitucionales para asegurar primero, un banco central independiente de los tentáculos del poder ejecutivo desde la Secretaria de Hacienda y Crédito Público y la emisión de papel moneda sin referencia con el valor de la divisa frente al dólar y el desbordamiento de la inflación; elecciones confiables, eran una ficción; respeto comprobable de los derechos humanos (en esos momentos especialmente contra los ominosos métodos de tortura); que hubiera confiabilidad de las contabilidad social del Estado, sus censos de población, estudios de los comportamientos demográficos para medir carencias y satisfactores sociales efectivos. La información pública era simplemente secreta y sólo accesible a los mandos superiores del poder público, el “silencio administrativo era la regla”.

La reforma económica fue por delante y la reforma política de modo paulatino.

La Secretaría de Gobernación -temida y temible por el excesivo poder de sus antiguos titulares- tuvo que albergar a la primigenia dirección de asuntos electorales y a la semejante de Derechos Humanos (confiada al Doctor Jorge Carpizo), pero eso era insuficiente, no daba garantías externas y tampoco a los movimientos cívicos y libertarios internos.

La exigencia de vencer los poderes “metaconstitucionales” del presidencialismo eran la condición sine quanon para abrigar mecanismos democratizadores de mediana y futura intensidad que vinieran a remover un poder enquistado en sí mismo. Era urgente aprovechar el pretexto para ir construyendo una “democracia sin adjetivos”.

La emergencia asiática representada por China puso en riesgo muchas ventajas del modelo global, porque, con las reglas de la expansión de las tecnologías de la información y de la producción en los volúmenes que alcanza su potencial, puso el reto en los problemas para resolver con rapidez los excedentes y las fluctuaciones financieras y las que resultan de la oferta y la demanda de bienes, lo que desplazó la “conveniencia" o la rentabilidad de profesar el modelo democrático como requisito para jugar en el mercado.

La pandemia, vino a acelerar las amenazas a la única flor de la globalización: la pretendida uniformidad democrática que a pesar de las debilidades del sistema internacional. La democracia conquistada en cualquier punto del orbe es un trofeo. A pesar de sus limitaciones la democracia lo dijo Churchil es “la menos mala de las formas de gobierno”, por encima de las ideologías está el método democrático.

Los órganos constitucionales autónomos mexicanos: BANXICO, INE, CNDH, INEGI, IFT, COFECE e INAI que brotaron hace casi treinta años para contener el poder de un presidencialismo que, - lo disimule o lo demuestre-. se resiste a cancelar sus alcances predemocráticos que son testimonio de una lucha larga.

Esperamos que la semilla democratizadora que pusieron en el surco nacional los forjadores de un sueño democrático no sean traicionados. Recordé a Heberto Castillo, a Gilberto Rincón Gallardo y a Carlos Monsiváis, por citar a unos cuantos.

Comisionado Presidente del INAI

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