Parecería que ya vimos todo, pero aún nos falta por ver lo más impactante, lo que en verdad resulta inverosímil de creer, lo que nos lleva a pensar que los humanos somos seres realmente ilimitados y capaces de lograr lo inimaginable, por imposible que parezca.

Hace ya dos semanas, fuimos testigos de fantásticas proezas, de récords aparentemente insuperables que finalmente se rompieron. París fue el escenario de ensueño donde pudimos ver a mujeres y hombres volar en una pista, y a otros, literalmente, en el aire, gracias a una garrocha. Nadadores que cruzaban la piscina olímpica transformados en una especie de delfines, clavadistas que entraban como agujas al agua sin salpicar ni una gota. Ciclistas, arqueros, gimnastas y todo tipo de atletas que durante toda la justa nos hicieron preguntarnos “¿¡Cómo lo hizo?!”.

Sin embargo, todavía falta lo más asombroso, la demostración que habrán de darnos los atletas paralímpicos de que todo, absolutamente todo, es posible.

Si lo que ya vimos resulta excepcional y extraordinario, lo de ellos es cosa de otro mundo, de otra galaxia, de una dimensión alterna donde los obstáculos no se les presentan en competencias, sino que son permanentes, y en la que, por lo mismo, cada día es en sí una victoria.

Los participantes de estos Juegos Paralímpicos son auténticos supervivientes, muchos de ellos de accidentes que les dejaron secuelas o daños permanentes en su cuerpo —aunque no en su espíritu—, otros de males congénitos con los que tuvieron que aprender a vivir y luego a superar.

Por si fuera poco, muchos de estos súperhumanos han tenido que sobreponerse, además de a la tragedia, al abandono de sus familias, quienes no han sido capaces de cuidarlos y lidiar con sus condiciones de vida tan difíciles, ya sea por la carencia económica, por la pobreza emocional o por qué simplemente no supieron qué hacer y mejor optaron por deshacerse de ellos.

Pero es aquí donde se lee la otra parte de la historia que, nuevamente, nos conlleva al triunfo, no sólo de estas mujeres y hombres con capacidades especiales, sino de la humanidad, pues así como hay quien abandona, están también los que acogen, los que se apiadan, los que se conmueven y solidarizan: padres adoptivos, gente misericordiosa, instituciones de asistencia y ayuda que cumplen con su noble fin.

Por todo esto es que en esta competición nadie pierde, y lo que se celebra y se corona es el amor.

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