Puedes tener en tus manos la mejor historia, pero —si no eres capaz de contarla con emoción— pasará absolutamente inadvertida. Si la gente llega a recordarla algún día, sería por lo mala, tonta o aburrida que les pareció.
Tenía, en cambio, este amigo de la escuela que sabía contar los chistes como nadie. Hasta los más estúpidos los volvía divertidos y a todos nos hacía reír en los recreos y las fiestas. Ese sí era el alma de los eventos. Cuando lo invitábamos a comer los demás a nuestras casas, incluso los papás le preguntaban si no traía chistes nuevos, los típicos del alemán, el gringo, el japonés y el mexicano, o alguno de Pepito. El cuate se metía en los personajes, actuaba las situaciones, cambiaba la voz, gritaba, saltaba, lloraba y, al final, reía él primero. No dejaba lugar a dudas, ni al silencio. Tras su risotada, todos le seguíamos.
El sábado, mientras veíamos el Marruecos-Portugal, Lorenzo —quien recién cumplió apenas 11 años de edad— me hizo recordar la importancia de la emoción, de lo fundamental que resulta contar las cosas con pasión y sentimiento para que surtan efecto. Es algo que suelo tener presente por mi trabajo, pero los locutores me lo dejaron más claro que nunca.
El juego comenzó a un ritmo trepidante, con descolgadas ida y vuelta, y cierto dominio de la escuadra del carismático Hakimi. Comenzamos la transmisión con la opción de español, pero la mayoría de los comentaristas de Sky no me encantan y al poco rato optamos por cambiar al idioma inglés.
“Pá, mejor pon otra vez a los comentaristas en español. Estos narran sin emoción, ya hasta me está aburriendo el partido, aunque está buenísimo”, me dijo Lorenzo, con toda la razón del mundo. Yo no me había dado cuenta, pero ya estaba bostezando, a pesar de que el gol estaba cada vez más cerca.
No cabe duda que los ingleses son increíblemente flemáticos, incluso a la hora de narrar sus propios partidos, cosa que comprobé al día siguiente, cuando no cesaban sus embestidas contra una Francia que acabó por eliminarlos, y que en la televisión sonaba más bien a partido de golf o damas chinas.
Que quede claro, para que no nos quiten la mirada de encima, para que no nos cambien y alcancemos el éxito, ya sea sobre el estrado, en el salón de clases, en la cama, el escenario, en el púlpito, al oído o detrás de un micrófono, siempre es recomendable trabajar, actuar, expresarse y desenvolverse con emoción.