Estamos acostumbrados a ver y saber de tantas muertes que, una más, no significa ya prácticamente nada. Me da esta sensación de que nos hemos convertido en lo más parecido a un producto desechable.
No es sino hasta que perdemos a alguien que amamos, o hasta que un ser muy cercano se encuentra en inminente peligro, cuando nos preguntamos cómo diablos es que el mundo no se detiene a prestarle atención a su partida o a la difícil situación en que se encuentra.
El sábado, regresé de pasear al perro, al Simón, y en cuanto Lorenzo escuchó la puerta de la calle, corrió alarmado a avisarme que algo ocurría en el partido del Barça.
“PARTIDO INTERRUMPIDO POR ATENCIÓN MÉDICA A UN AFICIONADO”, se leía en la pantalla, en medio de un campo de futbol hundido en el silencio y la atención volcada en las gradas. Por respeto a la intimidad de la persona, las cámaras no lo enfocaron, pero se alcanzaba a ver el movimiento alrededor y se sentía incluso la tensión.
Un seguidor del Cádiz, que de momento perdía 0-2, sufrió un paro cardiaco por ahí del minuto 81. Fue otro aficionado quien se percató de que algo andaba mal y enseguida alertó a los familiares.
En cuestión de segundos, toda esa zona de la tribuna comenzó a hacer señas y gritar, hasta que el árbitro se dio cuenta del incidente. Sin dudarlo, suspendió momentáneamente el partido y los cuerpos médicos de ambos equipos se apresuraron a ver qué sucedía y cómo ayudaban.
Varios jugadores se llevaban las manos al rostro. Entretanto, el portero de los locales corría a máxima velocidad desde la banca con un desfibrilador que lanzó a un espectador próximo a la escena, con más cautela que si fuera la pelota más determinante de su carrera.
Rodilla al césped, otros futbolistas oraban con los ojos cerrados y las manos apuntando en dirección a la grada, recordándonos la importancia de nunca acostumbrarnos a la fatalidad, y la urgencia de que el dolor ajeno, las otras vidas, los que lloran y los que suplican, nos continúen trastocando mientras conservemos el aliento.
Los doctores del Cádiz y del Barcelona, junto con distintos asistentes al estadio que tenían conocimientos de primeros auxilios, lograron devolverle la vida a un hombre que nadie conocía, pero cuyo corazón llevaba sin latir más de 60 segundos, motivo suficiente para detener por casi una hora a una de las Ligas más importantes de futbol, a los patrocinios, la televisión, los anunciantes, a la pelota y —de algún modo— al mundo.
Un minuto de aplausos.
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