Si algo nos gusta ver a todos, son los atardeceres. No sé de nadie que descubra al sol sumergiéndose en la costura del horizonte y aparte la vista. Pocos serán los indiferentes que desdeñen un cielo teñido de anaranjado, morado y rosa, entretanto el astro rey se esconde tras las montañas. Todos deseamos distinguir el brillo final, ese destello de buen augurio.

Sólo conozco otro fenómeno capaz de ejercer tal magnetismo sobre mujeres y hombres: las puertas abiertas de las casas. Me sucede cada que corro, me sorprendo mirando hacia adentro de esas propiedades ajenas, hasta donde me alcanza la mirada, como queriendo averiguar qué hay más allá de lo que se ve a simple vista.

Dado que la mayoría de los parques, circuitos y pistas han cerrado en distintos momentos por la pandemia, mucha gente ha salido a correr a las calles. Por la mía, pasan muchos corredores, y cuando coincido con alguno al momento de abrir la puerta, también ellos se asoman. Todos, sin excepción, tratan de ver al interior, ninguno resiste la curiosidad. Y no sólo corredores, igual quienes van arriba de los coches y los que caminan al trabajo o con sus perros.

Todos somos iguales, aunque todas las casas sean distintas. Yo no sé qué tanto me gustaría que pudieran observar dentro de la mía. Qué impresión se llevarían aquellos a los que les doy los buenos días al correr por la colonia, si supieran que en mi casa a veces no doy las buenas noches. O que así como soy de laxo en esta columna, igual puedo ser un energúmeno. Benditas paredes.

En mis años de corredor, he recorrido buena parte de la ciudad a trote. He corrido por todo tipo de colonias, he pasado por miles de casas y he querido ver qué hay detrás del mismo número de puertas. ¿La tienen bien cuidada?, ¿el jardín es grande?, ¿se asoma por la ventana alguna mujer desnuda?, ¿qué cocinan?, ¿se pelean mucho?, ¿hay risas?

A medio entrenamiento de fartleks, una señora me descubrió hurgando con los ojos a través de su puerta abierta. Nos quedamos viendo. Proseguí a paso veloz y deseé que pronto las miradas recuperen ese mismo poder de atracción de los atardeceres y las puertas abiertas.

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