No estaba seguro de darle click. Nadie en la familia somos tan fanáticos del basquetbol, mucho menos de los Suns de Phoenix . De no ser por mis hijas, no podría ni mencionar el nombre de uno solo de sus jugadores. Ellas me informaron que Devin Booker es la estrella del equipo y el novio de Kendall Jenner, una de las Kardashian.

Coincidieron los Playoffs de la NBA

con un viaje de última hora a Arizona al que aproveché para traer a mi mujer y mis hijos. Busqué boletos en varias páginas para el quinto juego de la final de conferencia contra los Clippers de Los Ángeles y estaban carísimos.

Además, todas las opciones implicaban d os asientos por un lado y tres en otra zona. Por eso, cuando milagrosamente encontré cinco juntos, le di aceptar. Eso y la memoria de cuando mis papás nos llevaron de chicos a mis hermanos y a mí a ver a Michael Jordan y a los legendarios Bulls de Chicago de Scottie Pippen, Dennis Rodman, Toni Kukoc, Horace Grant, B. J. Armstrong y compañía.

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No me acuerdo del marcador ni contra quiénes jugaron, pero recuerdo perfectamente la emoción de entrar al estadio , de sentarme en la butaca, de las luces que se apagaron, de la música y la pantalla con la alineación, de intercambiar miradas de expectación con los míos, de ver a los jugadores entrar y por fin constatar con mis propios ojos al Jordan de la televisión , las revistas y los anuncios.

Como bien se dice en el argot publicitario , las personas no conservamos los datos precisos, sino más bien las emociones. Desconozco si es en el alma, en el subconsciente o en cuál hemisferio del cerebro , pero me queda claro con cuánto recelo guardamos aquello que nos hizo sentir una situación, un mensaje o un momento. Por eso, decidí comprarlos, aunque se me suma el estómago cuando llegue el estado de cuenta.

Odio que mis hijos se hipnoticen con programas de televisión bobos. Tampoco me parece que sigan en sus redes a las Kardashian , ni que se queden dormidos en los tours de la ciudad. Los contemplo recargados en las ventanas del coche y me transporto años atrás, cuando era a mis hermanos y a mí a quienes vencía el sopor. Puedo ver a mi papá despertándonos , casi me deslumbra su ilusión de que apreciáramos cada detalle de esas ciudades nuevas para que nunca se nos olvidarán.

Me veo convertido en él mientras les explico ahora yo a mis hijos cómo es que tantos mexicanos han venido a estas tierras desérticas a buscarse una mejor vida, y también que cuando un jugador tira de fuera del área, el enceste vale tres puntos.

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