Norte, Sur, Este y Oeste, los cuatro puntos cardinales que —desde tiempos inmemoriales— han servido para guiar a mujeres y hombres en sus travesías y caminos.

Todos tenemos no sólo un reloj interno, sino también una brújula, se dice por ahí. Todos somos un faro, todos somos nuestras propias señales para llegar a nuestro destino, a donde queremos ir.

Sin embargo, para quienes perdemos con facilidad el Norte y —de repente— confundimos el Este con el Oeste, no siempre resulta sencillo ubicarnos.

En las últimas semanas, he tenido la oportunidad de hacer mis entrenamientos y distancias en terrenos nuevos para mí. Siempre es fascinante adentrarse en senderos desconocidos; incluso, perderse.

No saber con certeza dónde nos encontramos, o cómo saldremos de ahí, puede llegar a ser emocionante, aunque hay un punto donde se vuelve necesario saber cómo volver.

Yo no suelo recurrir a los puntos cardinales para recuperar la orientación.

Con decirles que a veces debo voltear a verme la mano en la que traigo puesto el reloj para recordar cuál es la izquierda, asumirán que no me es sencillo ubicar cuándo el Sur me queda de espalda.

A mí se me hace más sencillo encontrar puntos de referencia en mi ruta para usarlos como pistas de por dónde regresar: La casa de la puerta roja, el árbol torcido, un bote de basura, un graffiti en una barda o una frase en el piso.

Es como jugar un poco a Hansel y Grettel, los niños perdidos más famosos del mundo de la ficción, pero dejando migajas imaginarias que me permiten memorizar caminos en un mundo real en el que, conforme más me acerco al medio siglo de vida, más recuerdos van surgiendo en mi cabeza, como señales que me reiteran en silencio lo importante: Regresa a ti, a lo importante, a la familia.

“La vida es un viaje. Para algunos largo, para otros corto. Uno, por lo general, no decide cuánto dura, pero en buena medida —en parte importante de sus tramos— sí depende de cada quien la velocidad con que transcurre. A unos, la vida se les pasa rápido, a unos lento”, pienso, mientras trato de acordarme si en la “Y” era para la derecha o la izquierda.

Correr es un recordatorio de lo seductor que puede ser perderse y de lo mágico que es reencontrarse.

Con dedicatoria especial a Mayu Arredondo, quien me dio una pista sobre qué escribir esta columna ayer en la mañana, que me sentía perdido.

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