Imagine el legendario concierto de Queen en el estadio Wembley , sin público. O a Usain Bolt en medio del silencio, cuando rompió el récord de los 100 metros. El gol de Maradona con las gradas vacías, el de Negrete. Jordan, Federer, Chávez, los maratonistas a punto de cruzar la meta, sin aplausos ni gritos. ¿Qué sería de ellos?

¿Y qué será hoy de los estadios?, ¿alguien se ha puesto a pensar en éstos?, ¿qué sentirán?, ¿cómo suenan?, ¿conversarán entre sí sobre todo esto?: “¿Y la cerveza escurrida en el piso?, ¿y el de los refrescos?, ¿dónde están los de las porras? El que llega primero, los que no se quieren ir. Los que le gritan al portero y esos que todavía corean ¡Goooooool! en los tiros de esquina. ¿A dónde fueron?”. Si los estadios hablaran.

Ayer, mientras corría por Ciudad Universitaria , pasé junto a uno muy pequeñito, pero especial. Ya lo había visto antes, pero ahora fue como si me llamara. Y me acerqué. Parecía listo para que alguien gritara “¡Playball!”.

No tiene nombre. Es, simplemente, el estadio de beisbol de CU. Los encargados de cuidar su césped e instalaciones no lo han abandonado, a pesar del confinamiento. Al contrario, se ve reluciente, con el montículo bien peinado y el pasto verde y terso, como si siguiéramos en esa especie de primavera cero que vino a cambiarlo todo.

“No nos hemos movido de aquí”, me cuenta don Martín Araujo , quien lleva 29 años dedicado a los jardínes de Ciudad Universitaria. “Al principio no se escuchaba ni un ruido, sólo el de los aspersores de agua que prendemos cinco horas desde temprano. Entre abril y julio no pasaba nadie, creo que ni los pájaros”.

“En septiembre empezó a darse sus vueltas el entrenador del equipo para ver el campo, seguro lo extrañaba”, agrega —entre risas— Ricardo Arellano , con sus 21 años también como jardinero. “De repente, vienen y se asoman los pobres muchachos por la reja, les urge agarrar las manoplas y el bat. Antes de todo este relajo, hasta el Presidente llegaba de sorpresa y bateaba unas pelotas con ellos”.

Junto con cinco miembros más de la cuadrilla, Martín y Ricardo mantienen relucientes, no sólo los campos deportivos —incluido el estadio Olímpico—, sino las áreas verdes aledañas. Si ese estadio pudiera aplaudirles, los ovacionaría de pie.

Extrañamos los estadios, porque son nuestros verdaderos templos, unos de los pocos escenarios donde el ser humano es capaz de alcanzar la gloria. Volveremos.

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