Con seguridad, los niños no regresarán a las escuelas sino hasta agosto de 2021, con el próximo ciclo escolar. Hasta entonces, los recreos seguirán teniendo lugar en sus cuartos, en sus camas y —mejor aún— en las de sus padres, en los videojuegos, en los patios y —en el caso de los más suertudos— en sus jardines.

Ahí crecieron los anhelos por el deporte de los grandes atletas y de todos, ahí donde jugaban de pequeños, donde nos echaban porras para encestar la pelota en la ropa sucia o para meter gol entre las patas de la silla. Cuántas estrellas del futbol o del atletismo no guardarán en la memoria sutil del inconsciente aquellas de sus padres mientras se dejaban ganar:

Aquí viene Juanito con su sensacional estilo. ¡Qué túnel me hizo! Y ahora se lleva al segundo, ¡a tres, a cinco!, ¡Me recuerda a Maradona!, ¡Ya se burló al séptimo!, ¡Es Dios, damas y caballeros, es Dios que tira al ángulo desde fuera del área!, ¡Es el gol del Mundial !”.

Si dejamos de ver al cielo en estos tiempos misteriosos y nos concentramos por unos instantes en los niños, quizá nos demos cuenta que la respuesta está más bien en ellos y no arriba. ¿Qué nos quiere decir a los adultos este virus del que los niños casi no se contagian y quienes rara vez presentan síntomas?

Recién escuché de una de mis maestras : “ Los adultos nos la vivimos demandando amor y nunca nos damos por satisfechos; si tú le das a un niño una gota pura de amor o le dedicas media hora de toda tu presencia, quedará embelesado ”.

He visto muy de cerca, en estos días, a varios adultos que necesitan mucha motivación en los hospitales. “ ¡Venga, Xavier, tú puedes!, ¡Vamos a hacer un esfuerzo para ponernos de pie!, ¡Bien, justo así! ”, les dicen sus hijos. No sólo la historia da vueltas, sino que las porras reviven y el aliento se recicla.

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