La nostalgia mundialista la padecemos sólo los adultos. Los niños se la curan a los pocos minutos del silbatazo que pone fin a la máxima justa futbolística. Allí, metidos en su mundo, juegan a que son Messi, Cristiano, Modric o Bono . Dudo, eso sí, que alguno se ponga a imaginar que es el hortera del Dibu Martínez , después de su soez celebración del Guante de Oro, a la altura de su pene de cobre.
¿Les pasará a los argentinos que, por impresentables así, de repente se cansen de ser argentinos? Seguido me sucede con ciertos connacionales mexicanos que no se cansan de dar la nota. Bendito futbol que cada cuatro años nos da la posibilidad pasajera de cambiar a la nacionalidad que nos plazca, aunque sea por 90 minutos, o 120 si hay alargue.
Millones de personas de los más distintos países celebran y saltan con la camiseta de Messi bien puesta, como si fueran uno más de La Pampa, Mendoza o Buenos Aires. Yo me sentí coreano y de Marruecos. Eso es el futbol: ganar y, por supuesto, perder. Es lo que abunda, las lágrimas.
¿Pero, por qué nos duele de esta manera tan profunda —incluso a quienes no les gusta—, tanto a nivel personal y como nación? Quizá porque, como bien dijo Denise Maerker el día de la eliminación de nuestra decepcionante e indigna Selección , “el futbol es de los pocos espacios que nos quedan en donde todos vamos juntos, sin diferencias, y eso le da un valor incalculable”.
No funcionaron las cábalas personales, ni esas absurdas de que si hago esto o aquello caerá el gol. Se acabó nuestra licencia para desatender los deberes. Pero el tiempo corre más rápido que Kylian Mbappé y pronto regresará la oportunidad de las revanchas. Tenemos poco menos de cuatro años para olvidar la frustración.
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Volverá Cristiano Ronaldo a tener la oportunidad de salir campeón del mundo, ahora como director técnico. Llegará también el día en que otro Robben o un nuevo Ángel di María se levanten del césped y, tras confesar que no fue penalti, le devuelvan el balón a los contrarios.
Quizá llegará el día en que no nada más los brasileños serán castigados por ayudar a un gato a bajar de la mesa de la sala de prensa, sino que también la Federación Iraní de Futbol sufrirá las consecuencias de que en aquel país se acalle y reprima a las mujeres.
Llegará el día en que, así como en los Juegos Olímpicos , en los Mundiales de futbol competirá un equipo que acoja refugiados y disidentes de países cuya bandera sea la injusticia. Llegará el día donde volverá a sonar el silbato que nos devolverá la esperanza.
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