Me acuerdo cuando podía despertar sin problemas pasado el mediodía. No estoy seguro que fuera tan fantástico, como aseguran muchos contemporáneos, cuando aluden a su adolescencia y a la ausencia de responsabilidades. Casi podría decir que no y, por eso, trato de levantar no tan tarde a mis hijos, para convencerlos de acompañarme a correr y que desde temprano se sientan vivos.

El sábado lo logré. La primera en amanecer fue Paula , la de en medio. Apenas comenzaba a tallarse los ojos cuando le susurré al oído que se pusiera sus tenis. Casi llora, pero enseguida le recordé cuando hace años casi ganamos aquella carrera de superhéroes. Ella tendría seis y yo la traía de trapeador. “Hay que prepararnos para nuestra siguiente carrera juntos”, le insistí, hasta que sonrió.

Fuimos a los Viveros de Coyoacán. A mí me tocaban 90 minutos y, como vivimos cerca, me daba tiempo de dar una vuelta con ella, de regresar por Lorenzo, el de siete, y al último por Regina, la grande. Tampoco quise levantar a los tres de golpe y llevarlos de mal humor. La idea es sembrarles un buen recuerdo para que eche raíz y germine.

Paula me platicó lo difícil que es sexto de primaria y lo feo que es que te salga un grano en la frente. Aunque íbamos a paso tranquilo, como empezamos a trotar desde la casa, al final de la vuelta se agotó. Entonces, para cerrar bien, le recomendé jugar a las carreras imaginarias, como si fuera en segundo lugar en los Juegos Olímpicos y tuviera que rebasar al keniano, el señor de adelante.

Lorenzo me contó que la maestra con fama de estricta resultó ser buena persona y que es su consentido, pues, aunque baile en el salón, no lo regaña tanto. A mitad del camino me enseñó un diente flojo y me narró su gol del recreo al ángulo.

Con Regina hablé poco, pero la velocidad nos conectó. Íbamos a 5:10 el kilómetro, ella con sus audífonos y yo con mis pensamientos, asombrado de que en cualquier momento se convertirá en atleta, en artista, arqueóloga o en lo que quiera, y de que pronto la vida dará también la vuelta: yo seré el cansado, el de los dientes y aquel cuyos años asombren a sus hijos... Aprovechemos.

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