Una de las batallas más complicadas y sangrientas de la vida, la guerra de las guerras que divide a la humanidad, es la de quién lava los platos sucios. Los fregaderos de las casas, sobre todo los domingos, se llenan de ollas, utensilios y cubiertos. Quién no ha dejado ahí aventados los trastes, esperando a ver si de milagro alguien los enjuaga, les pasa la esponja con jabón y los pone a escurrir. Los hijos, especialmente, suponen que los papás vinimos a este mundo para tener limpia la cocina.

El brasier de la esposa, los calzones del marido, los juguetes de los niños, las cacas del perro, los botes que se desbordan de papeles, basura y desperdicios, las mantas echas bola sobre los sillones y a veces abandonadas a su suerte en el piso. Si nadie fuera lo suficientemente sensato y acomedido para alzar, viviríamos en medio del tiradero, entre quién sabe cuánta porquería.

A mí sí me molestan las cosas tiradas y trato de alzar, por lo menos, lo que me corresponde. Si no atino a larga distancia el calcetín en el cesto de la ropa sucia, ni modo, me paro de la cama y lo echo dentro, aunque sea una hora después, cuando acaba la serie de Netflix. Pero bueno, al final cada quien su casa.

El problema está cuando la gente a la que no le gusta alzar tiene a su cargo la limpieza y el orden de un lugar público, y tampoco le importa, como es el caso del Centro Deportivo Villa Olímpica, en la alcaldía Tlalpan, al sur de la Ciudad de México, donde una luminaria de la pista de atletismo se cayó y despedazó hace cosa de dos meses, y es día que nadie la levanta a la pobre. Ni siquiera han barrido los vidrios y, en un caso inédito, parece que ya hasta raíces echaron y están por florecer.

Al jefe del mantenimiento de este icónico lugar del deporte, que se levantó con motivo de los Juegos Olímpicos México ‘68, ni siquiera se le ha ocurrido reparar una fuga de agua que lleva más de dos años a ojos de todos. ¡Dos años! Pero, eso sí, me ha tocado ver que en el estacionamiento congregan gente algunos viernes, les reparten café y pan, y les machacan en bucle discursos grabados de la Sheinbaum presumiendo sus grandes logros, cuando en los baños ni papel ni jabón hay.

Cuántos amaneceres más transcurrirán con la pista en penumbra y los restos de la miserable lámpara oxidándose, mientras de Ana Gabriela Guevara, tampoco ni sus luces. ¡Lamentable!

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